14 de diciembre de 2011

El caso Porcel



Siempre he pensado que la mejor manera de empezar una historia es metódicamente, por el principio; Paso a paso y hecho a hecho.

Quizás resulte obvio decirlo así pero, según mi dilatada experiencia, no en todas las ocasiones se comprende la secuencia de una historia, y esto es debido generalmente al modo de interpretarla o incluso por el añadido de opiniones personales;
Por este motivo mantengo la sana costumbre de ceñirme estrictamente a datar cada una de las circunstancias de cada caso, sin inmiscuirme en valoraciones propias ni propiciar conclusiones aparentes, ajustándome lo máximo posible a la veracidad de lo sucedido.

Así que siendo consecuente, comenzaré por presentarme:
Me llamo Ariel Merino, y soy inspector de policía;
Digamos que mi especialidad es un tanto particular y soy ampliamente conocido por ello en el cuerpo; Normalmente me ocupo de los casos en los que las circunstancias lógicas son en un tanto (o en mucho) poco habituales, como en esta ocasión.
(He de confesar que mi dedicación siempre fue más allá del deber, y hago esta puntualización ya que lo que paso a relatar sucedió realmente estando fuera de servicio, a petición de un antiguo amigo, por lo que no existe informe pericial, ni atestado, ni siquiera notas fuera de esta pagina que escribo desde la suave claridad de mi habitación, en mi nuevo apartamento, a modo de registro para un futuro trabajo literario, si es que se diera el caso.)

Por lo ya explicado, dejo esta anotación como aviso y le rogaria a quienes, por el motivo que fuera, pudieran acceder a leer estos archivos los mantuvieran en la más absoluta confidencialidad.

Sin más preámbulos, diré que todo comenzó hace cinco días cuando recibí la extraña llamada telefónica de mi amigo Carlos Porcel, rector adjunto de una importante universidad de Madrid, al que hacia algunos años que no veía.
Después de finalizar la llamada me invadió durante un tiempo cierta sensación de malestar, quizás debido al tono de súplica, nada habitual, en Carlos – hombre serio y cabal donde los haya – o posiblemente también por la naturaleza de su petición, ya que se trataba de que investigara a titulo privado, - evitando de este modo que se filtrara cualquier tipo de información pública que pudiese relacionarse con su buen nombre, - una serie de rumores que circulaban sobre ciertos hechos que al parecer se sucedían desde hacia algún tiempo en las dependencias de la universidad que regentaba.

Precisamente, por venir de quien venía esta petición, movido aún más incluso por su contexto que por la larga amistad que nos unía desde hacía años, decidí presentarme sin falta a la mañana siguiente en su despacho.

Debido a mi naturaleza observadora, en cuanto traspasé la puerta para ingresar en la pulcra estancia en donde ya me aguardaba mi querido amigo, constaté con alivio que no existía aparentemente rastro de un posible desorden mental, por la disposición correcta de todos los objetos que allí había; Todo estaba tal y como se podría suponer en el despacho de un rector de universidad y no halle ningún signo o apariencia que delatara síntoma alguno de senectud o desvarío que propiciara el estado de extraordinaria sobre excitación en el que lo hallé.

Si me fije en el modo en el que Carlos sujetaba fuertemente lo que supuse su teléfono móvil y después de los saludos de rigor me acomodé en un sillón de aquel despacho, dispuesto a escuchar atentamente el relato de lo que tanto aturdía a mi amigo.

Su explicación en persona aún me turbó más que la llamada que me había realizado el día anterior, cosa que entonces si me hizo dudar de mis dotes observadoras, ya que lo que me contaba este hombre bien entrado en años y de probada seriedad, rozaba los limites de lo creíble;
Carlos me hablaba apresuradamente de ruidos a deshoras en las instalaciones, luces que se encendían y apagaban en alas donde en principio no debía haber nadie, sonido de pasos y susurros, objetos que se encontraban en distinto sitio de donde se depositaron y así, un sinfín de detalles del mismo tipo que me hacían cuestionarme seriamente en la importancia y el rigor de los sucesos y, al mismo tiempo, de su templanza.

Recuerdo haberle comentado de lo baladí de aquel tipo de historias y le aconseje que se calmara y no fomentara leyendas urbanas, cosa por otra parte habitual en este tipo de instalaciones por una parte tan antiguas y por otra, poblada de jóvenes estudiantes muchas veces ociosos. No olvidé mencionar el riesgo que corría su credibilidad precisamente por su posición y apelé vehementemente a nuestra larga a mistad para que hiciera caso de mi consejo y se tomara algunos días de descanso, ya que pensaba que de algún modo se encontraba afectado seguramente debido al stress y a su edad.

Pero Carlos no me escuchaba. Según iba abundando en el relato iba aumentando su excitación, hasta el punto que hube de rogarle que saliéramos de su despacho para dar un paseo hasta la cantina y relajarnos un poco, delante de un buen café caliente.
Aceptó a regañadientes, pero antes, se incorporó de su sillón lentamente y me acercó el móvil que tan firmemente sujetaba. Con un hilo de voz me dijo: “Mira esto…”

En la pantalla tan solo se mostraba un mensaje:

“NO DEMORES... ESTA NOCHE…NOS VEMOS PRONTO. JP”

Alcé la vista y le devolví el móvil. Le miré sin comprender.
Ante mi desconcierto evidente me ofreció una explicación aún mas peregrina; Resultó que las iniciales “JP” correspondían, según Carlos, a un tal Juan Pérez. Un anciano conserje de la universidad con el que mantuvo amistad durante largo tiempo…hasta su muerte, ahora hace cerca de10 años…
Mi perplejidad fue en aumento, más que por la veracidad de su explicación por el simple hecho de que una persona tan cabal, que conocía sobradamente desde la época joven de mis estudios en aquellas mismas aulas, que había sido mi mentor y director de asignaturas, se hubiera convertido tan de repente en un anciano atemorizado por leyendas de estudiantes y un simple mensaje telefónico.

Salimos de su despacho caminando pausadamente hacia la cantina mientras me esforzaba en tranquilizarlo, explicándole que el dichoso mensaje seria probablemente una broma de algún conocido resentido, o incluso de algún alumno despechado que intentaban seguramente desconcertarlo y procuré dar la minima importancia a aquel mensaje, que a mi me parecía poco significativo, mientras que Carlos lo tomaba como algo amenazante teniendo en cuenta que parecían querer hacerle creer que se lo habría enviado una persona ya fallecida y además, citándole para “verse” en breve;
Me explicó que realmente estaba atemorizado, más que por la explicación paranormal consistente en un supuesto “difunto emisor de mensajes”, si no en que fuera aquel envío una amenaza real de algún desalmado que pretendiera hacerle daño.

Entramos en la cantina mientras le iba interrogando si tenia idea de alguien que se sintiera perjudicado por él, algún ex-alumno, algún enemigo, pero Carlos no conseguía determinar quien podría querer amenazarle y por que razón.
Estaba realmente asustado.
Nada más entrar a la cantina le sugerí que se sentara mientras yo me acercaba a la barra a por los cafés, cosa que hizo sin mediar palabra y visiblemente abatido.
El empleado me sirvió dos tazas bien calientes, pague las consumiciones y me dirigí a la mesa donde me esperaba Carlos cabizbajo. Me senté a su lado, le pregunté si se encontraba bien y él asintió. Hice un par de comentarios sobre la cafetería, por distraer un poco a mi amigo, pero se mantuvo pensativo, mirándome solo para asentir de nuevo con la cabeza.

Me percaté de que la mayoría de personas que se hallaban en aquel momento en la sala nos observaban y hablaban cuchicheando entre ellos; Pensé que probablemente ya se habría extendido algún rumor sobre Carlos y lo sentí mucho.
Evidentemente que un rector fuera creyente y promotor de aquel tipo de rumores no beneficiaba su credibilidad en absoluto.

Le pedí que me anotara el número de teléfono emisor de aquel mensaje que tanto le preocupaba, prometiéndole que esa misma noche me acercaría a comisaría para investigarlo, pero Carlos comenzó a insistir en que le acompañara unas horas más, sin duda con la intención de demostrarme que lo que me contaba no eran tan solo habladurías, tratando así de convencerme de su relato. Sacó una estilográfica del bolsillo de su chaqueta y me copió en una servilleta el número del mensaje: 631555000. Un número curioso.
Me volvió a rogar encarecidamente que lo acompañara un par de horas al cierre de aulas y ya no pude negarme.
Decidí hacerle compañía el resto de la tarde, cosa que le satisfizo sumamente y nos retiramos de nuevo a su despacho para tomar un licor y seguir charlando.
Ya me acercaría por la mañana a la jefatura.

El resto de la tarde transcurrió divinamente en su despacho, mientras degustábamos unos licores añejos y un par de puros jóvenes. Carlos, quizás debido a la distendida conversación, se mostraba algo más relajado y parlanchín, aunque observé que en contadas ocasiones revisaba de soslayo y nervioso su reloj. De algún modo daba la impresión que esperaba que sucediera algún acontecimiento, pero no quise molestarlo preguntándole. Estaba seguro que fuera lo que fuera me lo comunicaría en su momento.

Sobre las diez de la noche un timbre resonó estridente en todas las dependencias, anunciando así el fin de las actividades en la universidad y al mismo tiempo nuestra trivial conversación.
Al cabo de unos minutos mi amigo se levantó y se dirigió hacia la puerta, la abrió y comprobó si aún había alumnos por los pasillos. Al parecer no vio a nadie y con un tono de voz extrañamente ronco me dijo: “Ahora, acompáñame…”
Me levanté un tanto resignado pero también decidido a que, en mi compañía, Carlos se sacara de la cabeza todas aquellas turbadoras ideas.
Anduvimos algunos minutos por varios pasillos que a esas horas ya solo se iluminaban con luces de emergencia, dando al silencioso trayecto un aspecto de película en blanco y negro, con sombras alargadas que parecían moverse en cada rincón. Entonces pensé que no seria demasiado raro sentirse intranquilo e incluso imaginar que algo misterioso se albergaba entre las piedras de aquel regio y antiguo edificio.
Llegamos a un espacio que resultó ser un gimnasio o sala de deporte, en el que se ubicaban diversos aparatos de fortalecimiento muscular, cuerdas que colgaban del techo y múltiples colchonetas por el suelo. Algunas pequeñas ventanas situadas a ras de techo permitían que una tenue luz azulada penetrara desde el exterior, que junto a la débil iluminación de situación del gimnasio dotaban a este de un aspecto que me atreví a definir como lúgubre.

Carlos comenzó a indicarme los diferentes sitios de donde se decía que provenían los ruidos, asegurándome que el mismo los había percibido, me enseñó también grandes y pesados aparatos que aparecían al día siguiente desplazados etc. Incluso, me mostró la cuerda en la que hacia diez años se había ahorcado su amigo el conserje, el tal Juan Pérez.
A todos y cada uno de los misteriosos comentarios de mi amigo fui dándole algún tipo de explicación plausible; Con respecto a los ruidos, claro que no era extraño oír sonidos en un edificio tan vetusto y más en un recinto que, debajo del tatami, estaba forrado de madera.
Con lo de los aparatos, bueno, no era improbable que entre varias personas se pudieran acomodar en otro sitio para adaptarlos a un uso específico y así fui descartando una a una las explicaciones supuestamente paranormales que se le atribuían a la estancia.
Pero he de reconocer que la cuerda del ahorcamiento de su amigo me sobrecogió sobremanera y por ese motivo me mantuve respetuosamente callado.

Al cabo de un rato de recorrer la instalación Carlos miro de nuevo su reloj y me conminó a que le esperara allí, ya que tenía que resolver algo urgente, pero que no tardaría.
Su petición me desconcertó, pero concluí que si permanecía precisamente a solas en el lugar en el que él sentía temor seria una baza más para convencerle que aquello que me explicaba no eran más que patrañas. Asentí y Carlos se marchó apresuradamente.

El tiempo parecía alargarse en aquel silencioso recinto, tanto como las sombras que lo envolvían y al cabo de un rato comencé a impacientarme. Decidí llamar a mi amigo con mi móvil, pero una grabación mecánica me informó que estaba comunicando. Esperé unos cuantos minutos y justo cuando estaba a punto de volver a intentarlo oí un fuerte golpe que me hizo girarme de un salto. Una potente luz proveniente de la puerta de entrada me tranquilizó, porque supuse que era Carlos que volvía con una linterna e interiormente me reí de mí por haberme asustado de un ruido como un colegial, sin duda influenciado por el ambiente de alrededor. Llame por su nombre a mi amigo, ya que deslumbrado por la luz no podía distinguir su rostro, pero me contestó una voz desconocida.
Mientras se acercaba, aquel hombre preguntó que quien era yo y que hacia en el gimnasio.
Me identifiqué como policía y automáticamente le pregunté lo mismo.
A un par de pasos de mí bajó la linterna y pude apreciar con claridad que vestía algo similar a un uniforme azul y me informó que era el vigilante de noche.
Debido a mi profesión analicé rápidamente a aquella persona por si encontraba alguna incoherencia, pero no la hallé. Aquel viejo, aparte del uniforme que mencioné, portaba su linterna, una gorra de plato con insignias de la universidad y un buen manojo de llaves colgando del cinto. Solo me llamó la atención una enorme y antigua cicatriz que le surcaba el pómulo derecho, pero nada más que me hiciera sospechar que no fuera quien decía ser, así que enseguida entablamos una animada conversación.

Le comuniqué que permanecía allí a esas horas de la noche porque había venido a solicitud del rector, que era gran amigo mío, para aclarar algunos sucesos que al parecer ocurrían allí durante la noche, pero prudentemente no mencioné los motivos exactos de mi visita.
El viejo vigilante me escuchó atentamente y a mi pregunta de que si el había percibido algo anormal, del tipo que fuera, durante sus rondas nocturnas me contestó que no.
No quise ahondar mas en el tema protegiendo así a Carlos de más habladurías y durante ese momento de silencio, el vigilante, me informó que debía continuar con su trabajo. Se despidió cordialmente, no si antes insistir en que si necesitaba de su servicio no dudara en llamarlo al número que figuraba en una tarjeta que me ofreció.
Guardé la cartulina en el bolsillo de mi chaqueta y me despedí de él, rogando en mi interior por que Carlos volviera pronto, ya que hacia algunas horas que según mi costumbre debía haberme acostado y se hacia realmente tarde. No me apetecía nada aparecer por la mañana en la jefatura con aspecto cansado.

Una larga hora más tarde mi paciencia se colmó y volví a llamar al teléfono de Carlos, pero seguía comunicando. Me parecía increíble que mi amigo me tuviera en tan poca consideración y ante este pensamiento comencé a preocuparme.

Quizás debí haber sido más prudente y hube de acompañarlo a lo que fuera que se marchó, principalmente debido a su estado alterado.
Me enfadé por haber cometido un error de principiante y decidí salir en busca de Carlos para ver que ocurría. Salí con paso rápido de la instalación y me dirigí de nuevo a las escaleras en busca del despacho donde habíamos pasado la tarde, pero debido a mi desconocimiento del edificio no tarde en perderme por entre todos aquellos pasillos que, con tan tenue luz, se me antojaban iguales.
Al cabo de otra desesperante media hora de dar vueltas y más vueltas pensé que era más lógico avisar al vigilante que seguir deambulando sin rumbo, así que busqué en el bolsillo de mi chaqueta la tarjetita que me había facilitado antes en el gimnasio y me dispuse a marcar el numero; 6..3..1..5...5..5... ; Por un momento me quede inmóvil…ese número…Busqué apresuradamente en el otro bolsillo y encontré la servilleta que Carlos me había entregado en la cafetería y comprobé con asombro, ¡que era el mismo! 631555000
Así que rápidamente deduje que el autor del mensaje era el propio vigilante y ya solo faltaba dilucidar los motivos que éste tenia para habérselo enviado. Pero eso era algo que haría mañana, porque en realidad no existía ningún motivo fundamentado para que me dedicara a aquellas horas a interrogar a un trabajador en su puesto de trabajo y más aún, cuando el contenido del mensaje no suponía ninguna amenaza real para Carlos, excepto en su mente.
Decidí no llamar al vigilante para no ponerle sobre aviso.
Supongo que por algún motivo al asociar las iniciales JP con las del conserje fallecido pensó en una amenaza, paranormal o no…pero ¿cuantos nombres con las iniciales “JP” podrían existir? Realmente, muchos.
La mente de Carlos indudablemente estaba afectada y eso no era paranormal, si no triste.

Justo en ese momento reconocí la puerta del despacho de donde habíamos partido, pero estaba cerrada con llave y no se veía ninguna luz en el interior. Allí no había nadie.
Miré mi reloj y las manecillas marcaban las 3 de la madrugada.
Di media vuelta sobre mis pasos y me dirigí rápidamente en busca de la salida, pensando en la grosería tremenda que mi amigo había cometido conmigo al marcharse sin avisar.
¡Y yo dando vueltas y perdiendo el tiempo por el edificio!
Esperaba que cuando hablara con él al día siguiente fuera convincente con su excusa, porque yo me había comportado como un caballero, acompañándole todas aquellas horas con el simple motivo de algunas patrañas y una antigua amistad.

Cuando conseguí encontrar la salida rondaban las 3,25 de la mañana, ya que no me había cruzado con nadie en toda mi travesía por el campus y para cuando llegue a mi coche y me pude acomodar en su interior estaba verdaderamente enojado.
Mientras conducía iba maldiciendo mentalmente las majaderías de un viejo senil y mi estupidez por creerlas, justo cuando giraba la calle que conducía a mi apartamento ¡…y frené en seco!

El acceso estaba cortado por varias unidades de policía, ambulancias, bomberos y una gran cantidad de personas estaban mirando hacia mi edificio… ¡que estaba en llamas!
Me quedé anonadado…
Todas mis pertenencias ardían miserablemente en el interior del pequeño edificio, pero no era lo más importante; Lo que realmente me sobrecogió fue que, al preguntar a un bombero, después de identificarme como policía y propietario, me informo que las once personas que lo habitaban habían fallecido por inhalación de humo.

La sensación de espanto que aquello me produjo estuvo patente durante los siguientes tres días, que fue lo que tardé en volver a organizarme en mi nuevo apartamento, después de tener que comprar nuevos muebles y ropas.

En la mañana del cuarto día después del incendio, ya organizado de nuevo, caí en la cuenta de que no había recibido ninguna llamada de mi amigo y eso me extrañó verdaderamente, así me que armé de paciencia y decidí acercarme de nuevo a la universidad para aclarar de una vez por todas todo aquel absurdo asunto y, de paso, interrogar al vigilante y comunicar a Carlos todo lo sucedido.
Al llegar a la universidad observé que la puerta de su despacho permanecía cerrada y me entonces me decidí por buscar a otro responsable de la institución, para que me facilitara información de su paradero. Encontré al poco, preguntando a varios chavales, el despacho del rector adjunto y allí un hombre de mediana edad me recibió cordialmente, después de haberme identificado.
Le informé de mi visita a las instalaciones días antes, pero sin especificarle el motivo de la misma y que al llegar hoy a la universidad había visto que la puerta del despacho del rector Carlos porcel estaba cerrada y no lograba hallarle ni por teléfono ni en persona;
Le pregunté también donde localizar el domicilio del vigilante nocturno, ya que tenia que tratar algunas cuestiones con él, explicándole que no atendía mis reiteradas llamadas a su móvil.
El hombre, con las manos juntas y la barbilla apoyada en ellas, me escuchó atentamente.
Después de terminar de hablarle se mantuvo en un extraño silencio durante unos cuantos segundos más, hecho que no comprendí y le miré inquisitivo.

Por fin, comenzó a hablar y su explicación es el motivo por el que redacto este documento;

Según me decía, me advirtió que debía estar confundido, primeramente por que no mantenían en nómina ningún vigilante nocturno desde hacia varios años, ya que las instalaciones gozaban de un sistema interno de video vigilancia automatizada, que solo se accedía de día al cuarto de control donde estaban las cintas y por un solo vigilante, que acababa su turno y cerraba todas las instalaciones al toque del timbre, por la noche, antes de marcharse.
Cuando empezó a hablar con respecto Carlos Porcel, vi que intentaba hacerlo con prudencia, con tacto, supongo que por respeto hacia mi persona, pero la noticia no tenia ningún modo de suavizarse: “La puerta de su despacho permanecía y permanecería cerrada porque el rector Carlos porcel había fallecido hacia 3 años junto a su mujer, en su casa de verano, en un incendio.”

Durante un minuto fui incapaz de articular palabra.
Me parecía estar viviendo un sueño o bien luego pensé que estaba burlándose de mi, no se muy bien por qué; Pero ante la duda, conservé mi compostura y rogué a rector adjunto que me acompañara hasta la sala del vigilante.

(Al informarme del sistema de video vigilancia, que yo desconocía, atisbé algo donde agarrarme para rebatir la increíble explicación de aquel hombre.
Recordé que había estado con Carlos en la cafetería de la universidad, además rodeado de varias personas que nos observaron, y eso sin duda habría quedado grabado en las cintas, desbancando así su argumento. ¡Aquello tenia que tener una explicación razonable!)

Pero eso solo lo pensé, no lo dije.

Amablemente se prestó a acompañarme hasta el cuarto de control, donde un joven vestido de uniforme inspeccionaba constantemente las diversas pantallas que controlaban las cámaras que vigilaban todo el edificio. El rector adjunto me presentó y el joven se prestó cortésmente a mi servicio. Le requerí las cintas grabadas en la cafetería del día que fuimos a tomar café y después de buscar durante unos minutos, localizo la carátula correspondiente y se dispuso a rebobinar hasta el lapso de tiempo exacto que le indiqué.

Mientras localizaba la escena le pregunté al vigilante por algún compañero suyo, describiéndole las características del viejo con el que estuve conversando en el gimnasio sin omitir el detalle de la gran cicatriz. El vigilante negó conocer a nadie con esa descripción, pero el rector adjunto, carraspeó un poco y aclarándose la voz me dijo un poco desconcertado:
 “Si no fuera por que sé que no es posible que usted lo hubiera conocido, diría que ha descrito con exactitud a un antiguo conserje, Juan Pérez, que se suicidó hace unos 10 años… ¡incluso con la marca que le dejó la soga en la cara!... Pero claro, eso no es posible…
Y se calló absolutamente.

¡Yo no daba crédito a lo que oía!
A los pocos minutos de reproducción los tres vimos en la grabación como yo entraba en el plano de cámara acercándome a la barra de la cafetería y, después de pagar al empleado, me sentaba con dos tazas de café en una mesa… ¡hablando todo el tiempo completamente solo!
El vigilante y el rector adjunto se miraban sin comprender el motivo por el que había actuado de aquel modo y me observaron desconcertados, seguramente tanto como las personas que lo hicieron su momento en la cafetería.

No recuerdo bien que mascullé, pero totalmente aturdido por lo visto y oído y procurando salir de aquel sitio lo mas dignamente posible, me despedí de aquellas personas rogándoles que olvidaran todo aquel asunto y me marché a mi apartamento a escribir lo mas fielmente posible lo acontecido.

Si he de sacar alguna conclusión de este episodio, por incoherente que parezca, aparte de que me libré de una muerte segura gracias a las maniobras de un amigo aparentemente fallecido, es que la verdadera amistad como cualquier otro verdadero sentimiento, trasciende mas allá de las fronteras de lo que consideraríamos lógico, y el ejemplo es que incluso Carlos recurrió a su cómplice y amigo fallecido años antes, Juan Pérez, para entretenerme el tiempo suficiente en aquel gimnasio y que no llegara a tiempo de morir, como murió él, en un horrible incendio.

Desde entonces, nunca más he vuelto a sentirme solo.








Ariel Merino.
Inspector de Policía nacional.



26 de julio de 2011

Flint, el humano

Imagen: Chano Barrera


Me llamo Flint, - no mencionaré mi apellido por cuestiones obvias - ;
Y poseo un singular secreto.Al menos, al principio eso creía.

 Mi vida habría transcurrido con normalidad hasta aquella mañana extraña de noviembre, 
 que comenzó mi peripecia; 
 Debí ser consciente al instante de que algo extraordinario me iba a ocurrir pero, por aquel entonces, mi conocimiento no me permitía discernir mas allá de lo que podía percibir únicamente con mis propios y limitados sentidos

 Para situarnos en antecedentes, explicaré que tanto mi nacimiento como mi juventud fueron de lo más cotidiano;
 Vine al mundo arropado por una buena familia acomodada y fui el menor de cinco hermanos. Durante un tiempo conveniente estuve bien atendido por mis padres, hasta que un día se me acogió en otro seno familiar, por motivos que aún se me escapan; 
 Pero como siempre poseí un espíritu tranquilo y tolerante, mi adaptación se sucedió con normalidad acoplándome rápidamente a aquellos extraños, haciendo de sus costumbres las mías.
Con respecto a mi juventud, conservo variopintos recuerdos – que en la actualidad se me manifiestan notoriamente lejanos – pero en general, transcurrió con normalidad.
 Mis días eran una mezcolanza de aprendizaje, juegos y largas correrías… 
 ¡y aquellas estupendas siestas vespertinas!... ¡Dios, que siestas!...

 Pero volviendo al tema que nos ocupa: De mi alimentación no considero nada necesario que reseñar, ya que me nutrí de forma adecuada y estoy seguro que mi dieta nada tuvo que ver con lo que aconteció después, como dije antes, esa mañana soleada de noviembre.
 Aquel día, nada más despertar, observé algunos cambios notables traducidos a sensaciones desconocidas, que me confundían y alteraban, haciéndome pasar aleatoriamente a distintos estados de ánimo.
 Pero el impulso mas fuerte que sentía era el de marcharme, abandonarlo todo… 
 Quizás presintiendo que algún suceso inhabitual estaba a punto de acontecer.
Así que en un descuido, dejándome llevar por aquel perentorio instinto, aproveché para escapar del domicilio sigilosamente y en pocos minutos me encontraba a una distancia considerable de lo que hasta entonces había sido mi hogar de acogida.

 Me sentí libre, extrañamente libre aunque, al mismo tiempo, una sensación similar al pánico me atenazaba el estómago y me hacia apretar el paso continuando sin descanso mi alocada huida; Sin ni siquiera volver un segundo la vista atrás.
 * Aclaración:
 (Nunca guarde rencor a la familia que me acogió durante aquellos años, pero siempre me he preguntado el por qué no consigo recordar ni uno solo de sus nombres o incluso sus rostros.)

 A media mañana, me encontraba tan lejos del que fue mi domicilio, que era incapaz de reconocer ninguno de los lugares por donde transitaba y agotado por lo frenético de mi escapatoria, decidí reposar en un callejón lo suficientemente oscuro y recogido para que me propiciara no llamar la atención. Allí me camuflé como pude entre cartones y bolsas de basura y poco a poco, el sueño se apoderó de mí.

 El despertar, al cabo de unas pocas horas, me deparó la sorpresa más colosal de mi joven vida.
Al principio, no fui del todo consciente de los extraños colores que percibía y lo achaqué a que aún debiera estar medio dormido. Algo así como una de esas alucinaciones sensoriales que se tienen cuando se permanece en estado de ensoñación. ¡Pero al abrir completamente los ojos, aún fue peor!
Aquel callejón que a primera vista se me había antojado neutro y seguro, se componía de una variedad de colores tan distintos y chillones – indescriptibles para mí en aquel instante - que me lastimaban los ojos… ¡De ese modo, el lugar para nada me ofrecía la más mínima protección!
 Completamente aterrorizado por aquella colorista visión, tuve la pretensión de salir galopando de aquella callejuela de pesadilla, pero con las prisas me desestabilicé torpemente y solo conseguí proporcionarme un fenomenal tortazo contra el duro asfalto.
 Aún aturdido por el golpe, intente de nuevo situarme sobre mis fuertes patas, y fue justo cuando observe que ya no las poseía; Que en su lugar, mis extremidades traseras se habían alargado estrambóticamente, convirtiéndose en dos apéndices carentes de mi estupendo pelaje de invierno y ahora, además, eran de un extraño color sonrosado…
 Mi sorpresa fue en aumento al mirar con espanto mis patas delanteras, que al contrario que las otras, se habían encogido significativamente, y mis antiguos dedos se habían alargado de un modo absurdo, perdiendo seguramente en el proceso mis magnificas uñas…
 ¡Y lo peor de todo, ya no tenia cola!...
Por ultimo, en mi mente, sucedió como un chispazo y la consciencia de mi mismo se instauró plenamente en mi cerebro; 
Comprendí que en esas horas – aunque no supiera nunca el motivo de tan extraordinario acontecimiento – me había transmutado de “Flint, el schnauzer” a “Flint, el humano”… 
Al igual que en el resto de mi cuerpo, todas mis reconocibles partes perrunas se habían reconvertido, por ese proceso misterioso, en algo que me era tan ajeno como familiar.

 A partir de entonces, mi vida cambió radicalmente.

 No creo necesario aclarar que durante las siguientes semanas hube de aprender infinitud de nuevas habilidades, aunque pareciera que en aquella misteriosa transmutación muchas de ellas fueran innatas, como el aprender rápidamente a caminar a dos patas
 – quiero decir, piernas - , el habla en el idioma local, el reconocimiento de la gama extraordinaria de colores, o simplemente multitud de normas sociales, por poner algunos ejemplos, que aún siéndome anteriormente desconocidas asumía con una rapidez y naturalidad vertiginosa.
 Diré, sin entrar en multitud de detalles, que para la tercera semana del mes de febrero estaba tan bien adaptado a las características humanas, que incluso me ocupaba en un trabajo que realizaba a diario, disponía de una pequeña casa de alquiler, poseía tarjeta de crédito y permanecía a la espera de un préstamo bancario,- ciertamente a unas condiciones abusivas-, aunque también he de reconocer, que otros sentidos ampliamente desarrollados en mi anterior vida perruna iban atrofiándose, como por ejemplo mi olfato, que desde que me inicie en el vicio de fumar fue desapareciendo paulatinamente
Pero aún así, tal fue mi adaptación – y quizá influido por un oculto instinto primario – que comencé a plantearme seriamente la idea de que no hay humano que se precie que no dedique determinadas horas de su existencia, en algún momento de su vida, a una mascota de su elección; De alguna forma, por esto, me sentía incompleto, extraño, y la idea de adoptar a un animalito se enraizó fuertemente en mi pensamiento.
 No hacia más que darle vueltas y más vueltas a esta idea, hasta que una tarde de marzo decidí finalmente acercarme a una perrera próxima, con el fin de encontrar una mascota adecuada a mis necesidades.

 Aquella tarde, me pareció acertada la elección de una preciosa perrita de raza, 
 blanca como la luz, grácil como una mariposa y cariñosa como ella sola, a la que bauticé oportunamente con el bello nombre de MO.
Y si bien es cierto que durante las primeras semanas de convivencia mi trato hacia ella fue exquisito, dentro de las normas mas sobrias y estrictas que se pueden observar entre dueño y mascota, he de reconocer que cada día se me hacia mas harto difícil mantener las distancias con MO.
 Mi inicial y comprensible amor y ternura ante aquella entrañable perrilla, fue derivando en terribles sueños obscenos, deseos reprimidos y pensamientos envilecidos, que por mucho que tratara de disimular en su presencia, me acosaban sin tregua.

 El desastre era previsible y no tardó en llegar.

 Una mañana, acompañándola por el parque en su rutinario paseo y en el que yo la intuía especialmente atractiva, la tensión acumulada se cebó en mí y en un acto ilícito, seguramente proporcionado por la desesperación, intenté montarla tras unos setos de flores, junto al estanque de los patos…
 Me acompañó singularmente la mala suerte, ya que una vecina que por allí paseaba con sus canes me pilló in fraganti al comienzo de mis sucios intentos, y rápidamente fui denunciado y citado en los juzgados al día siguiente junto con el abogado que me fue adjudicado para esta causa.
Llegué al juzgado sin apenas haber dormido en toda la noche, en parte por los nervios que me ocasionaba la próxima vista y por otra parte, la desazón que sentía por no saber más de MO, ya que desde la denuncia me había sido confiscada como medida preventiva.

 Disponía de algunos minutos antes del proceso para comunicar con mi letrado y el estómago se me encogía solo de pensar que la única explicación que podría salvarme era haciéndole sabedor con toda sinceridad de mi turbio pasado perruno, cosa que hasta para mi, a estas alturas, se me hacia extraño solo hasta de pensarlo.
 Pero firmemente decidí ser consecuente conmigo mismo, ayudado por el pensamiento de que si el hecho de querer sobrevivir en aquella sociedad humana conllevaba el lastre de mentir y perder hasta el último ápice de mis raíces, quizás no valiera la pena formar parte de esa sociedad.
Me armé de valor y durante algunos minutos que se me hicieron eternos, le conté “de pe a pa” mi verdadera historia a aquel letrado que me miraba con una cara completamente ininteligible para mí.

 - Esta bien. Haga todo lo que yo le diga…- dijo seriamente cuando terminé-…No hable al juez, no argumente, quédese callado y sentado en el banquillo.

 Asentí un tanto frustrado por no recibir ninguna muestra de comunicación de aquel frío abogado, ni de aprobación ni de desaprobación, pero me dispuse resignadamente a ponerme en sus manos.

 El juicio transcurrió a una velocidad de vértigo y vino a ser, según recuerdo, algo así:

 JUEZ:: Señor Flint. Se le acusa de una falta de zoofilia pública y otra falta de escándalo público, así como de un delito de maltrato animal. Si comprende los cargos que se le imputan conteste: “comprendo”.

 LETRADO:: - (en voz baja)  ¡Conteste!

 YO:: Emm… si, si…comprendido..esto ¡comprendo!

 JUEZ:: Letrado..¿Como declara a su cliente de los cargos mencionados?

 LETRADO:: - (de carrerilla) - Mi cliente se declara inocente Señoría, y suscribe que debido a una enfermedad hereditaria que le produce episodios de enajenación transitoria, de la cual esta siendo convenientemente tratado, actuó de este modo antinatural, reconociendo de facto su mala conducta y otorga palabra leal de no reiterarla, o poner los medios necesarios para que no concurra, por lo que pedimos su libre absolución a todos los efectos desvinculándose de la totalidad de los cargos imputados. 

 JUEZ:: Oída la parte defensora y teniendo en cuenta que el señor Flint no consta con anterioridad en ningún archivo policial ni se le conoce causa alguna, y debido a las pruebas aportadas por la defensa en su favor, este tribunal propone absolver y absuelve al señor Flint de los cargos imputados, bajo firme promesa de no hacerlo nunca más. 
 Puede recoger a su mascota de la perrera municipal en un plazo no mayor de cinco días. Se levanta la sesión.

 Abandonamos lentamente y en silencio la sala.
Cuando pude retomar mis nervios, mirando a aquel abogado que seguía impasible, acerté a preguntarle:

 - Qué... ¿que ha pasado?... ¿Como ha podido creerse el juez semejante trola?

 - ¡Bah!...- contestó sin mirarme -…esta claro que nadie va a tragarse eso, pero es amigo mío. Basta con que le haga un regalito en unos días y todos en paz.

 - …¿y entonces usted?... ¿no creyó nada de lo que le conté…lo de mi vida?

 - ¡Ah!..pero... ¡por supuesto! – contestó el abogado parándose de golpe - …Mire señor Flint, me sorprendió mucho su sinceridad y he de decirle que es la primera vez en mi larga carrera que alguien me otorga una confidencia de ese calibre con toda la humildad con la que usted lo hizo. Hablar con mi amigo el juez fue lo mínimo que podía hacer por un hermano…


 Me llamo Flint;
 Y soy el orgulloso miembro más reciente de una sociedad secreta.


 •Dedicado a Raúl-Josef Flint de Pedregosa y Alcántara, mi perro, que es mejor persona que muchos.-







Gmg 2011

22 de julio de 2011

El Autobús




 - ( … ¡Rápido, tres unidades de epinefrina y entubar!
 - ¡Se va… que se va!
 - ¡De eso nada! ¡Desfibrilador cargándose! ¡Apartarse!...uno, dos… ¡tres!
 - ¡Maldita sea! ¡Ha entrado en parada!...en parada… )

 Parada…
Parada del 36.

 ¡Odio los urbanos! Desde niño. Siempre me molestaron esas aglomeraciones, las esperas, esos roces con desconocidos…ese olor a humanidad.
 Y eso que fui hijo de conductor; Quizás por haber viajado tanto en autobús desde pequeño con mi padre, le habría cogido esta manía.
 Pero cuando no queda más remedio, no queda más remedio.
 Así que me armé de paciencia y aquí estoy. Sentado, esperando en la parada del 36,
 el autobús que me llevará al centro… si es que alguna vez termina de llegar.
 Sonó mi móvil, pero esta vez decidí no contestar.

 Para postres, acaba de empezar a llover… ¡y yo sin paraguas!
 ¡Condenada costumbre de estropearse los coches en días de lluvia!...
 Mejor será que espere un taxi… ¡Ah, no!...Ahí viene por fin el puñetero autobús…
 Cargado hasta los topes ¡Como no!

 “Tica el billete, pasa delante, no se paren al principio, disculpe, ¿me permite?, perdone, me está pisando, ¿puede pulsarme el timbre?, no señora, esa no es mi mano, ¿Qué no empuje?... ¡al hoyo más profundo del infierno os iba a empujar a todos!”

 ¡No me lo puedo creer!
 ¡Un asiento libre! Y todos estos pánfilos de pie…
 …perdone, si un momento, disculpe, disculpe…uh
 ¡Un momento!
 ¿Como es que nadie se ha sentado aquí? ¿Estará roto? ¿Habrá escupido alguien en el asiento?...Ah, pues no. Parece limpio y funcional.
 Un poco de suerte, vaya.

 Estoy agotado.
 Menos mal que pude sentarme.
 Así también es más fácil observar a la gente. ¡Que otra distracción queda!
 Menudas pintas. ¡Hay cada uno que hay que verlo dos veces!
 ¡Que cansancio!...No quisiera dormir…me.

 ¡Uf!... ¡Me he dormido!...Creo que aun no es mi parada, menos mal.
 Tengo la sensación de haber cerrado los ojos solo un instante, pero no queda nadie más que una mujer sentada enfrente…y el conductor, claro.
 Y ahora, ya no llueve… y hace sol.
 …pues no se está tan mal aquí, después de todo.
 Apenas hay cambios bruscos de velocidad – buen conductor debe ser - , se escucha esta música tranquila – muy relajante – y no huele mal…esta brisa que corre por detrás de mi espalda es genial… ¡Mejor que si hubiera aire acondicionado!...Huele a flores…

 La mujer no dejaba de mirarme.
 Me estaba empezando a sentir incomodo, pero afortunadamente se ha centrado en un
 libro grande que lleva en el regazo.
 Antes, cuando la mire de reojo, me pareció mayor.
 Pero es más joven de lo que me creí al principio. Es hermosa, lozana.
 Emana tranquilidad…creo que el aroma a flores proviene de ella.
 Pensé por un momento que si levantaba la vista de su libro y me pillaba mirándola tan descaradamente se iba a molestar, pero no ha sido así.
 Al contrario, me ha dedicado una estupenda sonrisa, y yo, como soy bien educado, se la he devuelto…
 Pero ahora no aparta sus ojos de mí…

 - Perdone… ¿le ocurre algo? – dije un tanto comprometido.
 - Ah, no, no…tengo un hijo como tú. Por eso te miraba…- y volvió a sonreírme.
 - Si, si claro…- dije por educación.

 Era evidente que aquella chica no andaba demasiado bien de la cabeza.
 Apenas aparentaba la veintena y yo ando rondando los cuarenta, así que su comentario estaba absolutamente fuera de lugar.
Decidí desviar la mirada y observar el exterior disimuladamente. No pensaba darle cuerda a aquella loca, aunque en el fondo sin saber muy bien porque, me resultaba simpática…Quizás por su pausada forma de hablar, por la suavidad de su voz…no sé.

 Al girar la cabeza hacia la ventanilla descubrí el origen de aquella agradable brisa de antes. El cristal, simplemente no estaba. En el suelo habían algunos pequeños trozos de vidrio, así que deduje que hacia poco que se habría roto, aunque no recordaba haber reparado en ese detalle cuando me senté. Me pareció extraño.
Aunque más me extrañó lo que vi mirando al exterior, a la calle.
El aspecto era aparentemente el habitual, coches, personas…todo normal si no fuera porque todo el mundo estaba detenido, inmóvil, como si en una película se hubiera parado la escena en un solo fotograma.
Justo enfrente había una señora sujetando la correa de un perro que mantenía su pata alzada, junto a un árbol, prácticamente como si estuviera disecado…los coches y sus conductores inmovilizados permanentemente, cada uno en la postura que le alcanzó este lapso de tiempo que parecía haberse congelado.
 Me levante sobresaltado del asiento para poder ver con mayor detenimiento este curioso fenómeno, pero al girar la vista nuevamente hacia el hueco de la ventanilla me percaté que todo había cambiado sutilmente.
 …La señora y su perro seguían inertes, pero ahora unos metros mas adelante, al igual que los vehículos y demás personas que había observado con anterioridad.
 Simplemente parecía que durante el segundo que aparté la vista de ellos, todo se había reanudado… ¡y todo se detuvo cuando miré nuevamente!
 ¡Aquello era una locura!

 Pero lo que realmente colmó mi asombro fue observar que solo nosotros nos desplazábamos, eso si, de una forma suave y pausada…muy lentamente, cosa que a mis acompañantes, la chica y el conductor, parecía no sorprenderles en absoluto.
 La chica seguía mirando su libro, el conductor silbando una melodía extrañamente familiar…
 Me giré hacia la mujer, que justo en ese momento se disponía a levantarse y casi le grité:

 - ¿Ha visto usted la calle, a la gente…?
 - Yo solo te veo a ti, cariño. – dijo mostrándome de nuevo aquella amplia sonrisa, y se dirigió lentamente hacia la puerta de salida - …Baja tu también antes de que ocurra. Tú no deberías estar aquí.
 - …que ocurra… ¿Qué cosa? – dije exasperado. 

Aquella situación se me estaba escapando de las manos…
 Deje de mirar a la chica mientras ella bajaba las escaleras y preferí acercarme hacia el conductor. Necesitaba hablar este asunto con alguien cabal… ¡Saber que diablos estaba ocurriendo!
 Justo cuando iba a hacerlo observé que la chica había olvidado su libro.
 Movido por una extraña curiosidad lo recogí del asiento.
 No era propiamente un libro, si no un álbum de fotos antiguas.
Comencé a hojearlo fascinado. Cada página, cada foto me dejaba más alucinado…
 Estaba lleno de viejas fotografías en las que aparecía repetidamente la mujer, en la playa, en un cumpleaños,    en una sala de fiestas con un hombre…
 ¡Un hombre que era idéntico a mi padre cuando era joven!

 Tiré horrorizado aquel álbum en cuanto me vi en la siguiente página, cuando tenía apenas 5 años, en brazos de aquella mujer, que sonreía exactamente del mismo modo que un minuto antes de bajarse del autobús…
Me senté, casi a punto de desmayarme por la impresión, cuando el conductor se giró hacia mi dirección y con la voz familiar de mi padre me dijo:

 - Ya oíste a tu madre, hijo. No debes estar aquí cuando ocurra…Y ahora, debo de hacer una llamada…- dijo abriendo la tapa de su móvil.

 Me sentía a punto de enloquecer y mientras corría despavorido hacia la puerta pude ver el camión que se avecinaba a gran velocidad hacia la parte delantera del autobús.

 Salté con todas mis fuerzas y caí de rodillas en la calle, frente a los asientos de la parada del 36… ¡La misma parada en la que supuestamente había permanecido esperando a que llegara el autobús!
Estaba agotado… ¡Vencido!
 Sentí que el sueño se apoderaba de mi, que mi mente luchaba por permanecer despierta…pero ese sopor… ¡ese sopor, era tan condenadamente fuerte!...

 - - - - - - - - - -

El juez de instrucción se acercó al cadáver de aquel hombre que rondaba los cuarenta, y que se hallaba tumbado boca arriba en el suelo de la calle, cubierto aún por la manta térmica que le extendieron los médicos de la ambulancia. Estaba rodeado de los aparatos que habían utilizado para intentar su reanimación.
 A su lado se hallaba también un móvil que, al parecer, se había roto al caer al suelo.

 - Cuéntenme lo ocurrido – dijo secamente dirigiéndose al médico de más edad.
 - Si señor, parece que este hombre recibió telefónicamente alguna mala noticia, por lo que deducimos, y sufrió un infarto fulminante. Intentamos reanimarlo, pero no hubo nada humanamente posible que hacer. He certificado la hora de su muerte hace unos 45 minutos. – dijo con sobriedad el doctor
 - ¡Uf…vaya día! Pobres personas…Menuda les espera a la compañía de autobuses…- dijo el juez haciendo un gesto con la mano.
 - ¿Pobres…? – preguntó el doctor - … ¿es que ha pasado algo más?
 - Si, si...- contestó el juez recogiendo el móvil del suelo - … ¡vaya! No dudo que este hombre haya muerto de un infarto como usted dice, pero no hay ninguna llamada entrante en este móvil…
 - Ah…bueno, solo era una suposición…- dijo el medico moviendo la cabeza – 
 Y dígame juez… ¿que decía que ha pasado?
 - Ah si…pues nada…hace un par de horas un autobús de esta misma línea, la 36 
 ha chocado aparatosamente con un camión. Dos ancianos han fallecido.
 Un matrimonio…De allí venía precisamente.
 - Vaya… - dijo el doctor con la mirada perdida en el vacío - … ¡que mala suerte!
 Que terrible noticia para sus familias… Desde luego, hay días que sería preferible no salir de casa.
 - Cierto – asintió el juez-…muy cierto.






Gmg 2011



18 de julio de 2011

Desmemoriado


Al principio, todo era bastante confuso. 

 Me debatía entre una enorme oscuridad perfilada de vez en cuando por algún destello luminoso, que no acertaba definir de donde procedía. Los sonidos fueron produciéndose paulatinamente, y tan solo podrían ser descritos como golpes o chasquidos, a veces acompañados de ciertos colores y alguna que otra voz ininteligible.
 De este modo transcurrí un tiempo indeterminado, intentando asimilar aquellas sensaciones que me eran ajenas y totalmente desconocidas

 De pronto, en un momento concreto, se produjo un cambio apreciable en mi profunda somnolencia y comencé a adquirir cierta consciencia; 
 Los recuerdos acudían en tropel a mi pensamiento, sin pauta ni concierto, haciendo mis sensaciones aun más extrañas.
 Decidí poner algo de orden en aquel caos con la información de la que iba disponiendo y conseguí concretar algunos conceptos, no sin un gran esfuerzo:

 1 – Estaba vivo.

 Si era correcto definir la apreciación de “estar vivo” como el apercibimiento de la conciencia de uno mismo y del entorno que le rodea, aunque fuera de forma tan tenue, entonces podría llegar a esta conclusión sin ninguna duda.

 2 – Era un hombre.

 (Esto lo deduje después de haber experimentado ciertos agradables sueños en los cuales aparecían algunas muchachas en situaciones más o menos eróticas, aunque nunca llegué a reconocer el rostro de ninguna de ellas.)

 3- Algo terrible me habría ocurrido.

 El simple hecho de no poder permanecer consciente la mayor parte del tiempo y no poder recurrir a mis sentidos como quisiera, me hacían suponer que, de algún modo, se me estaban suministrando cuidados de la misma forma que se le proporcionan a alguien que se desea que permanezca en un coma inducido.
 (Descarté desde el primer momento el coma espontáneo, ya que mi mente luchaba desesperadamente por permanecer lúcida, cosa que al final, me era completamente imposible.)

 4- Estaba siendo atendido.

 Mi situación, aunque caótica, en medio de aquella profunda oscuridad, no era ni mucho menos descontrolada.
 Recuerdo perfectamente haber disfrutado de descansos regulares, haberme despertado para recibir alimentos y, en ocasiones, determinadas medicinas que a los pocos minutos de su administración volvían a sumirme en aquel inevitable sopor.

 Todos estos conceptos ya definidos, lejos de tranquilizarme me hacían pensar en las más variopintas suposiciones, haciéndome experimentar muchas veces una profunda sensación de pánico, promovida indudablemente por el instinto de supervivencia; Aunque la mayor parte del tiempo he de reconocer que, simplemente, me dejaba llevar por el sueño, ya que de este modo podía sobrellevar todas aquellas incógnitas.

 Hasta que esta mañana, desde el primer instante de mi despertar, me di cuenta de que algo en mí había sufrido una modificación muy sustanciosa:

 ¡Podía ver!

 De un modo extraño, eso si, porque parecía que un halo negro rodeaba circularmente mi punto de vista focal, de manera que solo podía ver con claridad aquello en lo que me concentraba en mirar. El resto, la periferia, se perdía entre una densa bruma grisácea.

 Pero aquello lo cambiaba todo, porque de inmediato, el mero hecho de poder reconocer una pared o una ventana, me hacían sentir pletórico, sin somnolencia, sin dolor…Estaba despierto y reconocía muchos de los objetos que me rodeaban y esto hacia que en mi mente se agolparan atropelladamente cientos de recuerdos de lo que supuse mi vida y mis circunstancias, aunque aun era incapaz de ordenarlos adecuadamente.
 Concluí que aunque había permanecido todo este tiempo sumido en la más remota oscuridad, mi mente consiguió sobreponerse y me quedé maravillado al constatar que las conclusiones a las que había llegado, eran del todo ciertas.

 Evidentemente, estaba recluido en la habitación de un hospital, rodeado de complejos aparatos que no me resultaban del todo desconocidos.
 Uno de ellos concretamente, emitía continuamente un “bip” que recordaba haber oído sin pausa, incluso en mis etapas de sueño mas profundo, y ahora por fin sabia de donde procedía; Pero solo llegaba a ver la parte trasera del aparato, que al igual que el resto, estaban dirigidos frontalmente a quien permaneciera delante de mi.

 También pude observar el reflejo de una luz roja parpadeante ubicada en otro de los artilugios, que paulatinamente iba acelerándose al mismo tiempo que la excitación que me recorría.
 No pasaron nada más que unos pocos minutos hasta que entro en la habitación una mujer vestida de enfermera, luciendo una magnifica sonrisa que adornaba bellamente su rostro.

 - ¡Hola! – dijo jovial - ¡…Me alegro que ya estés despierto!... 
 ¿Como te encuentras…?

 - Bien, bien…gracias – contesté un tanto confuso por la familiaridad - ¿…que me 
 ha pasado? ¿Cuanto tiempo llevo aquí…?

 - ¡Ah! Vaya…No recuerdas nada todavía…Bueno, no te preocupes por eso ahora.
 Los doctores están a punto de llegar. Ellos te explicaran todo lo que necesites…

 - …y crees que podré tocar pronto la guitarra- dije sarcásticamente utilizando un viejo chiste, esperando que me contestara “si”, para poder decirle “ ¡que bien, porque nunca he sabido tocarla!”…

 Pero en cambio, la enfermera me miró con gesto contrariado y no contestó. 

 La tensa situación se resolvió cuando sonó oportunamente el pitido de alerta de su busca. Lo desenganchó de su cintura y leyó detenidamente el mensaje.

 - Emm… bueno, vaya…me avisan de que ya han llegado los doctores. Voy a salir un momento…en seguida estaremos aquí… - dijo dándose la vuelta. 
 Y dirigiéndose apresuradamente hacia la puerta, salió de la habitación

 He de reconocer que este suceso me dejó seriamente preocupado.
 Si una enfermera que estaba al cuidado de un paciente que acababa de emerger de un coma, era incapaz de reírle una broma, o bien era porque esa enfermera carecía de cualquier sentido del humor y sentimientos – cosa que ya era negativa en si misma para estar dependiendo de ella- o bien mi situación era muchísimo mas grave de lo que podía imaginar… y no estaba el asunto para bromas.

 Cerré los ojos, y la bendita oscuridad tan familiar que me había arropado durante aquel tiempo me rodeo de nuevo; Mientras, me intentaba convencer mentalmente de que no podría haber nada peor que estar muerto… ¡y yo al menos sabia que estaba vivo!

 Pasaron una cantidad de minutos indeterminados y el silencio en la habitación tan solo era interrumpido por aquel “bip” que estaba empezando a exasperarme.

 Afortunadamente para mis nervios, se abrió la puerta y entraron dos hombres con batas médicas y la enfermera que estuvo antes. Ellos exhibían una gran sonrisa, que me pareció algo forzada, mientras que en el gesto de ella se mantenía una seriedad que contrastaba enormemente con su aparición anterior.

 - Bueno, bueno, bueno… ¡Pero que estupendo que hayas despertado! – dijo uno de los hombres, acercándose a mi, blandiendo una linternita con la que me enfoco en un ojo dejándome cegado por un instante. Repitió la misma operación con el otro ojo.

 - ¿Cómo te encuentras…? – preguntó secamente el otro medico desde la puerta.

 - Bien, bien…gracias – repetí un tanto molesto- …y quiero que me expliquen que me ha pasado y saber cuando podré salir de aquí.

 Los dos médicos se miraron con gesto preocupado y el que estaba mas cerca de mi se retiró un paso, guardándose la linterna en el bolsillo superior de la bata.

 - Es evidente que no recuerda nada…- dijo dirigiéndose al doctor mas alejado. Esto va mal…muy mal.

 - ¡No hable de mí como si yo no estuviera! – repliqué con énfasis – ¡…y hagan el favor de decirme de una vez cual es mi estado!

 - Tranquilízate doctor –dijo el de la linterna - …vamos a explicarte todo lo ocurrido, pero con calma. Debes asimilar tu situación y calmarte para que podamos ayudarte.

 - …¿Doctor?... ¿Soy medico…? – pregunté incrédulo.

 - Si, eres médico…- confirmó el de la puerta – Y no un médico cualquiera.

 La enfermera acercó dos sillas y los doctores se sentaron enfrente de mí, sin dejar de echar vistazos a todos aquellos aparatos que me rodeaban. Luego, discretamente salio del cuarto.

 - Veras Carlos – dijo uno carraspeando un poco – esto que vamos a decirte es tan difícil para nosotros como suponemos que lo será para ti. Pero llevábamos meses esperando este momento. Es un gran acontecimiento y desearíamos que sepas apreciarlo en toda su magnitud…

 - ¿Carlos...me llamo Carlos?... ¿acontecimiento…magnitud? ¿De que demonios me están hablando…? – interrumpí gritando lo mas alto que pude. 

 Pero aquellos médicos ni se inmutaron.

 - Mira, por tu bien necesitamos que mantengas tus niveles de excitación bajos para que puedas comprender…para que puedas ayudarnos… a ayudarte. – dijo el otro mirando seriamente un aparato - …Es una evidencia que no recuerdas nada de lo sucedido, así que empezaremos por el principio.

 - Esta bien...- dije intentando calmarme - …les escucho.

 - Partiendo de lo que ya sabes – comenzó el médico – te diré que te llamas Carlos Santamaría y estas hospitalizado en el Universitario Carlos Santamaría U.S.V.A. 
 No es una coincidencia el nombre del hospital. 
 Lleva tu nombre porque en su momento has sido una eminencia en este país y 
 tus logros han dado la vuelta al mundo.
 Yo soy Nacho y el compañero es Felipe. Ambos somos miembros de tu equipo y 
 juntos hemos conseguido muchas cosas en estos últimos años. Me resulta 
 particularmente doloroso hallarte en este estado, porque además de compañeros 
 de profesión, éramos muy amigos, y me resulta tan extraño, como supongo para 
 ti, el que no conserves ningún recuerdo de mi.

 El medico hizo un silencio en su discurso. Y era algo yo que realmente necesitaba.
 Mi mente comenzó a ir a mil por hora y a por cada palabra de Nacho, los recuerdos iban estructurándose, aun sin orden, pero cada vez mas claros. Necesitaba asimilar todo aquello. Me venían recuerdos de frases, gestos, risas, reuniones, situaciones…Todos juntos y desordenados cronológicamente, de modo que era incapaz de desarrollar una línea de tiempo coherente. No comprendía de qué forma pude perder la memoria de un modo tan atroz. Mi vida entera estaba sumida en tinieblas y solo poco a poco, ayudado de las palabras de aquel hombre, comenzaba a ver algún resquicio de luz en lo que me había sucedido.

 Yo no hice ninguna pregunta porque presentía que aquel compañero estaba a punto de desvelarme todo lo sucedido. Después de respirar profundamente, Nacho continúo con su explicación. 

 - Hace unos meses estábamos desarrollando un nuevo protocolo, del cual tú eras el principal promotor. El proyecto incluía el manejo de complicada maquinaria que sustentaba la experimentación con nitrógeno líquido. No voy a entrar en detalles técnicos, porque ahora mismo no estas capacitado para entenderlos según tu estado, pero si te diré que sucedió un lamentable accidente, una gran explosión en el laboratorio en el que desafortunadamente, perdiste la vida.

 - ¿…Co...Como que perdí la vida? – pregunté asombrado. 

 - Si Carlos. Sé que puede parecer duro decirlo de este modo, pero es la realidad de lo que ocurrió. Cuando pudimos acceder al laboratorio, encontramos tu cuerpo diseminado, destruido por el nitrógeno. Si no hubiera sido por la experiencia que nos aportaste durante todos estos años, hoy no podría estar hablando contigo.

 - ¡Esto no puede ser!...No...¡No lo entiendo! ¿Cómo puede ser que estuviera muerto y ahora no?..¿Pero que clase de doctores somos…?

 - Por si te sirve de algo, te recordaré que las siglas U.S.V.A. significan “Unidad de Soporte de Vida Asistida”. En esta disciplina eres pionero Carlos, desde hace muchos años. Este es tu hospital, somos tu equipo, tus compañeros, tus amigos. No podíamos dejarte morir así como así. Tienes que comprender que todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien y por el bien de la ciencia. Eres imprescindible para continuar nuestro proyecto…

 - ...No...¡no!...no entiendo de que proyecto me habla – dije exasperado- ¡No me interesa ningún proyecto! ¡Yo me encuentro bien…recuperaré la memoria y volveré a mi vida...quiero salir de aquí cuanto antes!

 - Eso es algo que no va a ser posible Carlos. Creo que no entiendes la magnitud de los hechos que te estoy explicando…Felipe, gira el espejo por favor…

 Mire al otro medico, que hasta el momento no había soltado ni media palabra. Giró una especie de mampara que sobresalía por encima de un aparato y enfocó un espejo rectangular hacia mi dirección. 

 Lo que vi, simplemente me dejó horrorizado.

 En la imagen reflejada no había mas que un cerebro sanguinolento conectado a cientos de pequeños cables, sondas, gomas y soportes, del cual colgaban groseramente dos nervios ópticos conectados a unos globos oculares humanos extrañamente grandes y negros.
 Ni brazos, ni piernas, ni torso…ni cara… ¡Nada! 

 No había nada de mí, excepto aquella cosa horrenda que me observaba desde el espejo…

 Comencé a reírme. ¡Aquello tenía que ser una broma! “eso no puedo ser yo”, dije entre risas histéricas…”mis ojos…mis ojos son azules, no negros…”

 Fue lo más coherente que se me ocurrió decir.

 - Sabemos lo tremendamente impactante que esto te va a resultar Carlos – continuó con voz pausada Nacho - …pero era imprescindible mantenerte con vida porque eres el único que puede continuar con el proyecto. Tuyas fueron todas las ideas. Tuyo es todo el procedimiento. Ni Felipe, ni yo, ni cualquier otro miembro del equipo podríamos continuar sin ti. Conseguimos mantener vivo el cerebro, gracias a tus técnicas y a que tu cráneo de algún modo actúo como recipiente protector, pero fue imposible recuperar otras partes de tu cuerpo que quedaron destruidas por la extrema congelación…Y tienes razón. No son tus ojos. Quedaron igual de dañados que las otras partes del cuerpo. Son los de un cadáver donante…Pero para los efectos, cumplen la función…Ahora nos queda el camino mas largo Carlos…Necesitamos recuperar tus conocimientos y para eso te necesitábamos despierto. Ahora, que nos hemos asegurado de estabilizarte comenzaremos con los procedimientos técnicos necesarios para recuperar toda la información que podamos de tus sinapsis, de tus neuronas. Serán muchos meses de investigaciones sobre tu masa encefálica, de pruebas, de experimentos…aunque para tu tranquilidad, te diré que no sentirás nada. 
 Técnica y oficialmente, moriste en aquel laboratorio y así lo suponen todos. 
 Te has convertido sin querer en el componente de más alto secreto de tu propio 
 experimento y ahora, sin identidad personal, nos perteneces. Nos pertenecen 
 todas tus ideas, tu legado. Compréndelo Carlos. Te necesitamos y te 
 mantendremos vivo hasta conseguirlo…por los años que luchamos por 
 esto…por la ciencia…por la amistad que tuvimos…

 - … ¿Amistad…? ¿De que amistad me habla? ¡Si ni siquiera soy capaz de recordarle!...además, no puede ser cierto lo que me esta enseñando… estoy hablando con ustedes...me contestan… ¡me escuchan!..¡eso no puedo ser yo!

 - En realidad, no te escuchamos Carlos – Dijo Felipe girando el aparato que emitía aquel “bip” continuamente - …te leemos el pensamiento en este monitor. Este fue otro de tus grandes avances…

 Grite y grite hasta la extenuación. Y mientras lo hacia, pude ver como en el monitor se reproducían, en letras verdes, mi pensamiento:

 “bip”AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA”bip” AAAAAAAAA…”bip”AA...

 Mire horrorizado aquellos ojos negros como de pez, fríos, impersonales, que ni tan siquiera eran los míos y noté como mi mente, lo que realmente quedaba de mi, comenzaba a marcharse a un largo viaje por las mesetas y valles de la locura…

 Aliviado, aun pude presentir que mi infierno pronto acabaría…

 Pronto…

 Muy pronto…

 …por favor…!!


Gmg 2011