28 de marzo de 2011

Virus


Era de esperar.

Debido a todos los excesos tecnológicos cometidos, tarde o temprano, tendríamos que pagar por ellos. Aproximadamente, por la segunda mitad del siglo veinte, comenzamos a oír hablar del calentamiento global, el agujero en la capa de ozono y, a su vez, de los consecuentes y peligrosos rayos u.v.a, de las grandes inundaciones producidas por el factor climático denominado “el niño” y de las espantosas sequías de “la niña”. Posteriormente llegaron, a gran escala, los terremotos. Los Tsunamis producidos por estos, partiendo desde las abismales simas de los océanos, asolaron tal extensión de tierras conocidas que incluso hubo que cambiar los perfiles de los mapas para adaptarlos a las nuevas rutas marítimas y terrestres, que se fueron redibujando a su paso.

Nosotros nos lamentábamos por los desastres, pero con oídos sordos.

Cuando comenzaron las pandemias, estábamos tan insensibilizados al dolor ajeno que apenas quisimos darnos cuenta de lo que se nos venia encima.
Brotes de Ébola, Sida, cepas de Viruela desconocidas, Tuberculosis, gripes mutantes de los animales al genoma humano y otras enfermedades erradicadas hacia décadas, volvieron a campar a sus anchas por la vasta esfera, sin control, causando tal cantidad de fallecimientos diariamente que se convirtió en costumbre.

Éramos así.

Nuestros congéneres fallecían en la mitad del globo por enfermedades o por hambrunas y nuestras estaciones climáticas se descompensaban hasta el punto de no saber, ni siquiera con aquellos avanzados satélites, que ocurriría al día siguiente.

Y seguimos mirando hacia otro lado.

Estábamos convencidos que, con nuestra tecnología, podríamos solventar cualquier incidencia, enfermedad o desastre que nos arrinconara contra las cuerdas, y en cierto modo, así fue. A mediados del siglo veintiuno habíamos encontrado curas efectivas contra el Sida, el Cáncer y otras diversas enfermedades, que ahora por orden se me hace harto difícil de recordar. Pero la naturaleza era cada vez más implacable con nosotros.
A finales del siglo veintidós comenzaron los desajustes en las mareas debidos a la lejanía, cada vez mayor, de nuestra luna, asolando los nuevos e inestables territorios y las tormentas eléctricas alcanzaron la categoría de desastre mundial, particularmente en las ciudades. A su vez los urbanitas, temerosos de estas tormentas que destruían manzanas enteras, emigraban en masa a las zonas rurales donde eran pasto sin cuartel de las nuevas enfermedades virulentas, que prácticamente se descubrían mes a mes, año tras año, cada una de ellas más potentes y devastadoras que sus predecesoras.
La situación se hizo insostenible.
Las comunicaciones fallaban continuamente debido a los fenómenos eléctricos, el combustible se convirtió en caro artículo de lujo que pocos podían permitirse, los desastres naturales hacían prácticamente imposible la supervivencia estable y segura en las costas...
 

…la tecnología, se detuvo.

En la primera década de nuestro siglo, el veintitrés, apareció la “Enfermedad”, denominada coloquialmente así debido a la extraordinariamente larga nomenclatura que se le adjudicó, siendo más fácil nombrarla de esta forma y nos enseño, del modo mas duro, que no éramos infalibles. Esta, como todos saben, consistía en un contagio virulento y repentino, con una propagación asombrosamente rápida que fue definitiva para que, por fin, la humanidad o lo que quedaba de ella, abriera los ojos.

Al principio, y por sus curiosos efectos, los gobiernos pensaron en posibles ataques terroristas, lo que motivó múltiples guerras entre los que se mantenían con el estatus de países poderosos, y que fue principalmente el motivo para que dejaran de serlo.
Los exterminios masivos entre las antiguas Eurasia y Américas diezmaron de tal modo las poblaciones de estos dos continentes que se desintegraron en numerosos y menos peligrosos pequeños estados, que siendo mas débiles, dejaron de guerrear entre ellos y se ocuparon mayormente de sus problemas internos, para beneficio de todos.

Estos efectos de la “Enfermedad”, como digo, consistían posteriormente al contagio en una espectacular petrificación de los animales de sangre caliente y en un periodo no superior a un mes, dejando hombre, perro, gato o pájaro en el sitio donde le sobrevenía la muerte, quedando como verdaderas estatuas y que parecían rendir tributo de lo que fueron estando vivas.
Se estudiaron, evidentemente, las vías de trasmisión de la “Enfermedad” sin llegar a descubrirse una que fuera claramente la responsable. Se probaron vacunas de todo tipo que nunca funcionaron. Se abrieron líneas de investigaciones genéticas que fracasaron estrepitosamente.
Nada fue efectivo para detener a la “Enfermedad” y su salvaje propagación.
No había explicación plausiblemente científica para su existencia.
El hombre, ya sin su tecnología, se rindió.

Fue el auge de las religiones de todo tipo, sectas, asociaciones pseudo-científicas, grupos de científicos paranormales, visionarios, milagreros, videntes y locos.
También fueron tiempos de saqueos, asesinatos indiscriminados y bandolerismo, al no haber un orden establecido y coherente que se hiciera cargo de la situación.
Nos convertimos en alimento de los ideales del mejor postor, dándose la paradoja de que eran todos y ninguno los que tenían razón.

Hoy 12 de Diciembre de 2.398 estoy capacitado para afirmarlo, y así lo mantengo tecleando este escrito en una vetusta maquina de escribir, que conservo y descubrí hace unos años debido a mi profesión de paleontólogo, en una antigua necrópolis llamada Francia en la antigüedad, para aquel que lo lea en un futuro.
Y digo ciertamente que tenían razón y a su vez, no la tenían, porque cada uno de estos grupos religiosos y científicos fue desmoronándose desde sus cimientos, ya que sus doctrinas a la larga dejaron de ser creíbles.

Pero, bien es cierto, que quedo demostrada la existencia de Dios.
Al fin fuimos sabios y hace, justo ahora, cien años que esto sucedió.

Cuando la población mundial, humana y animal, parecía a punto de extinguirse, la “Enfermedad” remitió por si sola, tal y como había empezado.
El equilibrio atmosférico y climático se restauro del mismo e imprevisible modo.
Las mareas volvieron a sus cauces tranquilos, convirtiendo los nuevos mares y océanos del planeta en remansos de aguas placidas y calmadas, con una temperatura moderadamente tropical en todas partes, haciendo de este lugar un paraíso.
Aprendimos la lección.

Descubrimos que Dios no se encontraba acechando en los cielos, ni era energía, ni filosofía, ni modo de vida, ni teología. Descubrimos que estábamos equivocados desde el principio situando a Dios en un plano distinto al nuestro.

Nuestro creador, el que hizo posible la supervivencia desde el principio, que nos dotó de inteligencia y libre albedrío, se encontraba justo debajo de nuestros pies…

El suelo que pisamos, su piel, siempre estuvo en contacto con nosotros y al contrario de lo que pensábamos antiguamente si nos oía, si nos sentía…solo que mirábamos hacia el lado equivocado. Nuestra Madre-Dios Tierra, nos enseño que cometer los excesos que cometíamos acabaría con su creación y nos trató con efectividad, discretamente al principio y con contundencia después, tratándonos como en lo que en realidad éramos:

Como un virus.

Su medicina, la “Enfermedad”, cumplió con su antibiótica función diezmando hasta un número equilibrado la población mundial de seres de sangre caliente, hasta el punto de dejar de ser peligrosos para Ella y para nosotros mismos, regalándonos después el paraíso donde en la actualidad vivimos. Fue más benévola en su sabiduría que lo que hubiéramos sido nunca nosotros, porque no continuó hasta el exterminio, evidentemente.
No era su fin.

…Ustedes pensaran que los que les relato es una doctrina más, tan poco creíble como cualquier otra…
Pero, en mi defensa, les responderé con los hechos demostrativos y a la vista de todos:

Todo hombre o animal que fue contagiado y por consiguiente murió y quedo petrificado, como dije antes, no se pudrió ni desapareció como seria previsible.
En cambio, en cada uno de los lugares donde quedó una muestra de esa antigua forma de vida petrificada surgieron raíces de los pies o de las patas, hojas de los dedos o de las pezuñas, verde y nutritivo musgo donde hubo pelo o pluma…



savia donde corrió la sangre…


corteza donde hubo piel.

Este fue el modo de Nuestra Madre-Dios Tierra que utilizó para comunicarse y mostrarse en todo su esplendor y sabiduría

Cientos de millones de nuevos árboles nos dieron el equilibrio, la pureza y una segunda oportunidad de vivir en paz, en un precioso y nuevo mundo
verde.




gm2008

26 de marzo de 2011

LA SOMBRA


Quizás les parezca extraño que este relatándoles este suceso desde un frío habitáculo, en el depósito de cadáveres. Poco probable dirán muchos.
Pero para mí, como para todos los mortales, también es una experiencia nueva y en particular, inusualmente gratificante.
Es ahora cuando puedo recapacitar tranquilamente sobre todo lo sucedido, sin tener que preocuparme del mañana, sin la tensión perpetua de tener que volver a dormir.

Como supongo que debe resultarles como mínimo curiosa esta situación, lo mejor será que comience mi historia como comienzan todas las buenas historias:
Desde el principio.

Me conocen por el número 333-K, al menos eso reza la etiqueta que tengo anudada en el dedo gordo del pie, pero en realidad me llamaba Gines.

No había nada extraordinario que resaltar de mi vida, excepto esta particular experiencia. Siento decepcionarles. Pero mi existencia transcurrió del modo más anodino y vulgar del que pudieran tener referencias.
Tenia 37 años, trabajaba en una agencia de seguros, estaba soltero y vivía solo en mi pequeño apartamento de modesto alquiler, nunca hice deportes de riesgo, no tuve enfrentamientos con la ley ni descubrí nunca nada meritorio de mención.

Ya se. Los que comenzaron a interesarse por mi historia en busca de un relato de aventuras, a estas alturas quizás comiencen a pensar que se equivocaron.
Pero en mi defensa, diré que esta atípica situación vale por todos los sucesos relevantes que uno podría imaginarse para una vida tan corta.

Pero vayamos al grano.
No se muy bien cuando empezó ni cuando fue la primera vez que sentí la sensación de que me vigilaban continuamente.
Quizás influenciado por mi solitaria existencia era mas propenso a imaginar profusamente, a oír ruidos inexplicables o ver cosas donde no las había.
Esto es más común de lo que se pueden imaginar, y las personas que viven solas sabrán exactamente de que les hablo.

¿Nunca les ha pasado que, estando solos, buscan un objeto - unas llaves, unas tijeras, el mando del garaje – sin encontrarlo, y al cabo de algunos minutos aparece misteriosamente en un lugar del que estaban seguros haber revisado repetidamente…?
…O esa puerta ilocalizable que rechina y golpea tenuemente el marco, como movida por una inexistente corriente de aire…Y digo inexistente, porque al revisar la casa para encontrar el molesto ruido, comprueban que no solo no hay ventana abierta, si no que ninguna puerta rechina cuando usted la abre…

Es muy posible que esto mismo o cosas similares también les hayan ocurrido.

Así que cuando vi por primera vez aquella figura, aquella sombra al fondo de la habitación, pasado el sobresalto inicial, lo achaque a una de mis múltiples imaginaciones dadas por mi perpetua soledad.

¡Y crean verdaderamente que me sobresalte!
¡Imagínense estar placidamente durmiendo y, por un motivo inexplicable, sentirse tan desaforadamente observado que se ven obligados a despertar!

En un primer momento, no me avergüenza negarlo, sentí pánico.
Esa tenebrosa figura permanecía estática allí al fondo, en el rincón más oscuro de mi cuarto, expectante, extrañamente inmóvil…
Supuse de inmediato que un ladrón había violado la intimidad de mi domicilio y mi reacción fue de lo más natural:
¡Le grite todos los improperios que se me ocurrieron, mientras me ocultaba debajo de mi grueso y protector edredón!

Pero pasados algunos minutos, después de observar que no se produjo sonido alguno
- esperaba haberlo asustado con mi soez vocabulario, ansiando haber oído la puerta del cuarto en su huida – me arme de valor y asomando lo suficiente la cabeza por encima de la gruesa manta, en un alarde temerario, alargué la mano y encendí la luz.

Juro por lo más sagrado, que un instante antes de que iluminara la estancia, aquella sombra seguía impasible en el rincón, pero sin embargo, en cuanto la luz bañó la estancia, me percaté no solo que nada allí había… ¡si no que yo mismo me encontraba en otro lugar de la habitación!
Inexplicablemente me hallaba de pie junto a la ventana, a un par de metros de la cama donde un momento antes creía estar acurrucado.

Resolví aquella anormalidad llegando a la lógica conclusión de que todo había sido un mal sueño, y recobrando el dominio de mis nervios procedí de nuevo a acostarme, no sin revisar meticulosamente todos los accesos de la casa armado con una puntiaguda percha.
Y este suceso no habría sido más que una anécdota, de no haberse dado el caso de que a la noche siguiente volvió a suceder.

Efectivamente, aquello se tornó en costumbre durante algún tiempo y el proceso era siempre similar:
Revisaba la casa, me acostaba, al cabo de algunas horas me despertaba inquieto con esa desagradable sensación de sentirme observado, veía aquella sombra misteriosa, encendía la luz y me sorprendía a mi mismo junto a la ventana, alejado de mi confortable cama, volvía a revisar la casa y dormía intranquilamente el resto de la noche…
¡Estaba agotado y desquiciado por los nervios!

Así que ayer por la noche, cansado de esta situación, tome la drástica decisión de dar un paso más:
Me proveí de un gran cuchillo que deposite sobre la mesita, al lado de la cama, y esperé pacientemente a que me invadiera el sueño con la firme decisión de hacer frente, de una vez por todas, a mis temores.

Curiosamente dormí más de lo habitual y solo me desperté cuando estaba a punto de amanecer, de modo que la tenue luz del alba iluminaba en cierto modo la estancia.
Pero al abrir los ojos, allí estaba aquella insolente figura, que por lo visto pretendía traspasar mis temores nocturnos, confundiéndose descaradamente entre las sombras en las que se envolvía, a pesar de la débil luz de la amanecida.
¡Aquello me pareció un acto de tremenda osadía!
Que aquella sombra que me aterrorizaba pululara en mis noches, tenía un pase… ¡pero nunca permitiría que dominara también en mis días!

Aventajado por la luz diurna y fortalecido por el tacto del magnifico cuchillo en mis manos, me arme de un valor inusual en mi y me aventuré a salir despacio de la seguridad de mi cama al tiempo que le gritaba: “¿Quien eres? ¿Qué quieres de mi?”
Pero por descontado no obtuve respuesta alguna.

Avance un par de pasos más hacia aquella presencia formulando nuevamente las mismas preguntas, sin ningún resultado, y fui envalentonándome ante su inmovilidad.
Enarbolé el cuchillo mientras me acercaba y de pronto, pude apreciar de cerca lo que tantas noches me había aterrorizado.
¡Aquello no era solo una sombra! ¡Maldita sea, era un hombre real!

Durante un segundo pude distinguir sus facciones, que me resultaron extrañamente familiares, su pelo, sus ropas… ¡Y de pronto saltó hacia mí!

Recuerdo turbiamente como paso veloz por mi lado, a escasos milímetros pero sin rozarme en absoluto, en dirección a la ventana que se encontraba justo detrás de mí, sin duda con la pretensión de huir de mi acecho…pero no estaba dispuesto a permitírselo.
¡Tantas noches sintiendo pavor ante su presencia y ahora que me enfrentaba directamente a él, salía huyendo!

Alcé la mano con el cuchillo y descargué un violento golpe sobre su espalda…

La sombra, aquella siniestra figura, se desplomó como un fardo y quedó inmóvil junto a la ventana, donde se inauguraba esplendoroso un nuevo día…

************

-          ¿Que tenemos? – pregunto el viejo forense.

El ayudante leyó el expediente que tenía entre manos, al tiempo que se dirigía a la puerta de la cámara frigorífica número 333-K, reseñada en los documentos.

-          A ver…Varón, blanco…37 años. Según el expediente judicial, lo encontró muerto esta mañana en su habitación el portero de su edificio. Por lo visto estuvo llamando a su puerta repetidas veces para entregarle un correo y al no contestarle se alarmo y entró junto con la policía en su domicilio.

-          Mmm…esta bien. Sáquelo. Procederemos con la autopsia para determinar si hay alguna pista que nos facilite alguna información sobre su asesino…

-          ¿Asesino?...no, no…Según el informe policial es un suicida. – dijo el ayudante desembolsando el cadáver - …No hay pruebas de allanamiento, ni de robo ni de forzamiento en la vivienda. Tuvieron que derribar la puerta para poder acceder…

-          ¿Suicidio?... ¡Rayos!... ¡Es el primer caso que veo de un tipo que se suicida apuñalándose por la espalda!

-          Si...es bien extraño – dijo el joven ayudante cerrándome los ojos.


¿Extraño?...
Yo al menos, ahora se que es lo que hacia por las noches mientras dormía…

¿…y ustedes?



gm2011