1 de octubre de 2012

La memoria de Gunny


Al abrir los ojos no pude menos que asustarme al apreciar que lo único que podía ver era una terrible oscuridad.

Lo segundo que pude constatar era la extrañeza con la que percibía mi cuerpo, aunque si comprobé de inmediato y para mi disgusto que no podía moverme en absoluto, sin duda por estar inmovilizado y, aún a pesar de la oscuridad total, era consciente de diversas sondas, tubos y aparatos que inundaban cada uno de los orificios de mi anatomía.

Pasado el espanto inicial, me propuse pensar con orden y hube de suponer que me encontraba postrado, seguramente en algún hospital, inmovilizado e intubado cosa que, por otra parte, tampoco me resultó en ningún modo esperanzadora.


Al cabo de unos minutos de intentar ordenar mis pensamientos, quizá por que comencé a tranquilizarme al verificar que no sentía dolor alguno en mis miembros, algunos recuerdos borrosos acudieron en tropel a mi mente y tuve que hacer gran esfuerzo para ordenar cronológicamente todos aquellos flashes.

En los instantes siguientes recordé mi nombre: Stuart.
También recordé la lluvia, la violenta y negra tormenta que me venia a la memoria a retazos, como fotogramas de alguna vieja película, con toda la nitidez de una realidad demoledora pero sin ningún orden ni concierto. Igual me parecía sentir la lluvia mojando mi rostro, como veía mis ojos reflejándose en el pequeño espejo de un retrovisor;
Seguidamente, y en forma de destellos, atisbé mis manos manejando un volante, luces blancas y rojas centelleando y cruzándose rápidamente delante de mi vista a través del mojado parabrisas del coche.
Recordar los grandes faros deslumbrándome, justo al frente, fue el siguiente pensamiento lógico y al contrario de lo que se supondría esperar, el impacto de mi coche contra aquel camión fue absolutamente silencioso para mis oídos y extraordinariamente lento en mi percepción del tiempo.

Fue nada más colisionar, según pude observar, como todos aquellos accesorios e instrumentos del interior se retorcían grotescamente como si de pronto hubieran cobrado vida propia y se empeñaran en plegarse salvajemente sobre si mismos, distorsionándose, rompiéndose en miles de pedazos, volando peligrosamente alrededor de mi rostro, mientras el airbag se desplegaba con una lentitud exasperante; Podía ver aquella tela rugosa y blanca acercarse muy despacio hacia mi cara, como si alguien la inflara con pereza, oculto desde el interior de su receptáculo. Luego, todo se aceleró a una velocidad pasmosa en mi pensamiento y, como si de un huracán se tratara, una fuerza sobrecogedora me extrajo del interior del vehiculo y me lanzó cuneta abajo dejándome allí tirado, como un muñeco roto y a varios metros del accidente.

De nuevo volvió la sensación de lluvia cayendo sobre mi rostro y, después, un profundo y silencioso agujero negro lo envolvió todo.

Pero aquella negrura en mi mente, al parecer, no fue más que una sensación pasajera porque ahora, a cada instante, hilaba las circunstancias de lo sucedido con mayor velocidad y nitidez;
Si bien ya había establecido que me llamaba Stuart, ahora se me revelaba el motivo de mi presencia – también la de mi mujer y mi pequeña hija de siete años - en un coche a altas horas de la noche y en plena tormenta.

Mi nombre completo es Stuart Daves. Recuerdo ser neurobiólogo genético, investigador interino del Instituto de Investigación de Genética Traslacional de Phoenix (Arizona), donde procedemos con un gran equipo a investigar los procesos de la actividad neuronal en invertebrados y roedores, para posteriores aplicaciones en humanos,
Siguiendo mi intuición, basada en la idea de que la memoria no se ubica únicamente en el cerebro como hasta ahora se había establecido, comencé a fortalecer mis estudios en partes del genoma humano aún no completamente identificadas hasta que dí con un gen concreto en el que una proteína denominada Kibra me llamó la atención, por su modo de actuar con respecto a las sinapsis (neuronas cerebrales).

Mis estudios demostraban que, concretamente la proteina Kibra en ese gen, era una parte esencial de un complejo de proteínas que controlan el modelado de los circuitos cerebrales, en un proceso que codifica la memoria. Así que animado con este resultado, primeramente cultivé las células in-vitro extraídas del cerebro de ratones embrionarios durante dos semanas, modificando genéticamente algunas de esas células para producir menos proteínas Kibra.

Cuando obtuve una cantidad de células genéticas suficientes para varios experimentos, las fui inoculando en distintos ratones- control de ensayo, activando especialmente de este modo partes concretas de sus cerebros, cuyos resultados fueron muy satisfactorios con respecto al aprendizaje en diversos recorridos en laberintos, donde se ocultaban en distintas ubicaciones porciones de comida y recipientes de agua… y que ellos memorizaban con una facilidad pasmosa.

Tras aislar células del cerebro de estos ratones-control, confirmé mediante pruebas bioquímicas que los receptores conocidos como AMPA, de los neurotransmisores, interactuaban en el cerebro. Entonces determiné que Kibra regulaba la actividad de los receptores AMPA desde el interior de las células nerviosas del cerebro, facilitando la sinapsis. A continuación, coloqué las neuronas en una cámara de imágenes y registré la actividad de los receptores AMPA una vez por minuto, durante 60 minutos. Los resultados mostraron que los receptores AMPA se movían más rápido en las células con menos Kibra que en las células de control con cantidades normales de la proteína, lo que demostraba que Kibra regulaba los receptores de las células cerebrales.

Una vez verificados estos hechos, utilicé a un pequeño ratón blanco de ojos especialmente sonrosados, que reservaba y al que cariñosamente denominaba Gunny y le implanté una generosa cantidad de las mismas células que extraje de sus hermanos de control… ¡los resultados fueron espectaculares!

Sin haber estado nunca físicamente en el interior de ninguno de los laberintos, Gunny reconocía cada uno de los caminos que le llevaban directamente a la comida o al agua, sin dudar ni un instante en el recorrido, encontrando todos y cada uno de los premios a una velocidad asombrosa.

Este trabajo me confirmó que la actividad de los receptores AMPA en la sinapsis sirve para reforzar las conexiones en el cerebro, señalando que la mayoría de las formas de aprendizaje implican el fortalecimiento de algunas sinapsis y el debilitamiento de las demás, un fenómeno conocido como plasticidad, que es responsable de los circuitos de la escultura en el cerebro que codifican la memoria. Sin Kibra, este proceso no funciona correctamente, y como resultado, el aprendizaje y la memoria están en peligro. La proteína Kibra resultó que ayudaba específicamente a crear un grupo de receptores extras que se usan para fortalecer las sinapsis durante el aprendizaje y, además por derivación, asocié a Kibra con la protección contra la aparición de la enfermedad de Alzheimer temprana y, desarrollando estos estudios, podría ayudarse a definir nuevas dianas terapéuticas para el tratamiento de los trastornos de la memoria relacionados con la edad…
¡Una posible y radical cura para el Alzheimer!

Por tanto, me encontraba ante un descubrimiento científico de gran relevancia con una gran cantidad de vertientes y posibles aplicaciones futuras, algunas de ellas previsibles y otras aún inimaginables, demostradas por la prodigiosa memoria adquirida de mi pequeño ratón, Gunny.

Comunicar tan elevado descubrimiento revoluciono a gran parte de mis colegas en Washington y se solicitó mi presencia urgente, para explicar cada uno de los conceptos y pruebas científicas desarrolladas ante la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) en una reunión extraordinaria por tal motivo en la capital.
Esa misma tarde, junto a mi mujer y mi hija, con la idea de aprovechar para proporcionarles un lúdico y turístico viaje de placer y, al mismo tiempo, hacerlas participe de mi éxito, puse rumbo a Washington animado a recorrer las 1.500 millas que separan ambos estados, con la mayor alegría y confianza de la que me sentía capaz…

…y ahora, de repente despierto aquí.

No llevaba apenas unos minutos con estos pensamientos, cuando oí como se abría una puerta y alguien entraba en la estancia; Intenté desesperadamente llamar la atención de quien fuera que hubiese entrado, pero fui incapaz de emitir ningún sonido, en parte porque tenia la garganta extrañamente dormida y por otra, por el grueso tubo que la atravesaba y que suponía una vía incrustada profundamente hasta mis pulmones.

- Ya ha despertado…– dijo una voz grave de hombre.

- ¿Doctor Stuart?... –preguntó otro, percatándome de más murmullos, de modo que deduje que habrían varias personas más en la habitación.

Asentí como pude con la cabeza.

- ¡Es increíble! – oí decir a una mujer.

Sentí como se aproximaba alguien a mí y el hombre de la voz grave continuó hablando:

- Doctor Stuart, comprendemos su desorientación y suponemos que muchas preguntas se agolparan en su mente. Créame que voy a intentar explicarle todo del mejor modo posible, pero ante todo debe mantener la calma…- dijo el hombre mientras manipulaba y extraía delicadamente el tubo de mi garganta, aunque una vez hecho esto, tampoco pude articular ningún sonido. Seguidamente, continuó hablando - …De momento permanecerá inmovilizado por su bien, aunque si voy a retirarle el vendaje de los ojos para que pueda vernos.
Hemos confirmado por sus escáneres cerebrales que todas sus funciones cognitivas son correctas y que no corre riesgo de infarto cerebral, encontrándose su situación dentro de una normalidad relativa. Así mismo, debido a estos resultados tan positivos, ayer mismo decidimos sacarle del coma inducido al que se hallaba sometido desde hace tres meses, estado en el lo sumimos posteriormente a su horrible accidente.

Un escalofrío recorrió mi columna… ¡Tres meses en coma!... ¿Y mi familia…?

- …Vamos a confiar – continuó -…en que su mente científica juegue de nuestro lado y de este modo asimile con prontitud la gravedad de la situación, así como que entienda su irreversibilidad. Suponemos que por los procesos mentales normales habrá comenzado a recordar, si no todo, la mayoría de sucesos que ha tenido la desgracia de vivir. Por si aún no lo ha recordado plenamente, le informo que sufrió un grave accidente de tráfico mientras acudían a la reunión en Washington, en la que se le había requerido su presencia. Supusimos que se desplazaría en avión hasta la capital, así que la noticia de su accidente en un vehiculo terrestre nos cogió a todos por sorpresa. Sin más dilación he de notificarle primeramente las malas noticias: Desgraciadamente su mujer falleció en el acto y no se pudo hacer nada por salvar su vida.
En el caso de su hija, tuvimos algo más de suerte y llegó viva cuando se la trasladó al centro hospitalario, pero con unas lesiones corporales tan severas que temimos su muerte inminente.

Mientras hablaba, el médico comenzó a manipular los vendajes que cubrían completamente mi rostro y que me imposibilitaban ver. A pesar de los apósitos, sentía como las lagrimas inundaban mis ojos y una agonía indescriptible se apoderaba de mis entrañas.

- En el caso de usted, doctor Stuart…- continuó diciendo el mismo hombre - …sus lesiones no fueron mejores.

Al parecer, debido a la violencia con la que se produjo la colisión, salió despedido del vehículo aplastándole la carrocería desafortunadamente en una de las vueltas de campana y fue victima de tales politraumatismos que nadie apostaba nada por su vida.

Debe usted comprender que entendimos que no podíamos en ningún modo desaprovechar sus conocimientos e iniciativas en el campo de la neurobiología y creemos, todo el equipo, haber tomado la decisión más coherente y correcta posible, asesorados debidamente por una autoridad competente…

Mientras intentaba asimilar las terribles noticias, el médico acabó de quitarme los vendajes que me cubrían los ojos y, solo entonces, comencé a ver con nitidez a las diez o doce personas que reunidas en la habitación me observaban con atención. Todos con batas blancas y semblante grave.

El doctor se retiró con los vendajes al fondo de la habitación, los depositó en una papelera y se acercó nuevamente a mi lecho, en el que continuaba inmovilizado y cubierto hasta el cuello, con un objeto rectangular en las manos.
Se sentó pausadamente a mi lado y pude ver que era un espejo.

- …No pudimos hacer mucho más por la vida de su hija, que a los pocos minutos de ser ingresada fallecía y usted era un amasijo de carne y huesos rotos… Esperamos que comprenda que esta decisión era la única posible para salvarle… Irónicamente, pudimos hacerlo gracias a su descubrimiento, después de estudiar su trabajo y comprobar que el procedimiento era completamente viable… - dijo, levantando el espejo y poniéndolo frente a mi rostro.

Por unos instantes no comprendí lo que mis propios ojos estaban transmitiendo y solo cuando vi que los gestos que hacía se correspondían a los que mi cerebro pensaba, descubrí que es lo que había pasado.

Porque en el espejo, tan solo se reflejaba el rostro de mi hija…

El doctor, bajó lentamente el espejo y me miró a los ojos.

- La buena noticia, si es que podemos determinar algo así, es que su descubrimiento funciona con una fiabilidad absoluta y que, quizás, debería de tomarse esta tragedia como una segunda oportunidad, doctor Stuart...
...Ahora, de nuevo, gracias a su procedimiento de transmisión genética de la memoria, basada en la proteína Kibra, pudimos extraer y localizar los genes que modelaron su propia memoria e implantárselos satisfactoriamente en el cerebro del que fuera el cuerpo de su hija, transmitiendo así toda la información antes de que le sobreviniera la muerte cerebral; Tiene toda una vida por delante, doctor Stuart.
Con un cuerpo joven y una mente plagada de valiosos conocimientos…

Ni siquiera tuve intención ni fuerzas para responder.

Solo sollocé…
…como sólo sabe sollozar una niña de siete años.




9/2012


27 de septiembre de 2012

El Novelista Cadáver


1.


Aunque, por supuesto, nunca concedo entrevistas, si hubiera de explicar a alguna audiencia como escribo no habría definición mas acertada que libremente, a vuelapluma; 
Encararme frente al insípido folio blanco no me amedrenta ni pizca, más al contrario, me inspira y motiva en mi fuero interno ya que cualquier cuartilla virgen no es para mí más que un frondoso nido, donde mis personajes nacen y cobran soberbia vida y les acontecen las aventuras más inimaginables soñadas por el hombre. En estos burdos papeles viven sus existencias, a veces precarias, otras fabulosas o heroicas, pero siempre obtienen de ellas hasta la ultima gota del jugo de mi humilde pluma, derramándose todo, como si fuera su propia sangre cada vez que uno de ellos muere. 
Quizás, en estos personajes visualizo todas aquellas vivencias que no viví o que me hubiera gustado hacerlo o, por el contrario, muchos de ellos son parte autentica y veraz de mi vida, de mis experiencias, y por esa razón poseo la capacidad de relatar miles de historias con tanta pasión. Ya no lo sé. La línea que separaba la realidad de mi ficción se tornó, con los años y las circunstancias, demasiado tenue. 

Publicar tantos libros me supone más un castigo que un premio ya que, de todos es sabido, que una vez redactado el manuscrito se emplean incontables horas en las correcciones de estilo y semántica, semanas hasta la maquetación definitiva por parte del editor, con sus consiguientes reuniones para determinar formatos, fuentes, caligrafías, fotografías, lomos y cubiertas.
Cada una de estas actuaciones me resta un tiempo precioso para poder comenzar con la siguiente historia que, durante este tedioso proceso, se agolpa en mis sienes con la necesidad imperiosa de ser escrita, de ser vivida en su impoluto nicho blanco y rectangular donde nacerá e indiscutiblemente morirá, permaneciendo más allá de donde alcance mi memoria.
Por estas explicaciones que estoy dando comprenderán de inmediato que mi pasión por las letras y las historias son mi vida entera y quedará, de este modo, patente mi desesperación al conocer la noticia sobre mi salud que un ingrato día, por boca de mi doctor, tuve el infortunio de escuchar: 

“Señor J…, siento decirle que su enfermedad es incluso más que incurable; De hecho, la ciencia desde los tiempos de Hipócrates, nunca ha referenciado un mal tan singular como el que usted padece. Me temo, señor, que no puedo advertirle ni del tiempo que continuará entre nosotros ya que la medicina moderna no posee una explicación satisfactoria para determinar el transito de su sufrimiento, ni sabemos el modo en que evolucionará.
Le recomiendo que, por el bienestar de sus allegados, solucione cuanto antes sus papeles, su testamento, ya que ante la posibilidad inminente de su defunción, sus bienes, como sabrá en caso de no estar reglados, pasarán en su totalidad a la administración, cosa que se convertirá en un serio inconveniente para sus familiares dada la cuantía de su fortuna. Solo me queda aconsejarle templanza y serenidad y que, de paso, ajuste sus cuentas también con Dios…”

¿Con Dios…?-Pensé extrañado.
Nunca Dios redacto ni media línea por mí, ni apareció mínimamente en las desventuras, ni solucionó los problemas que hube de solucionar…y ahora, que al parecer se me muestra, no es más que para propiciarme esta bárbara tortura…¡Y quedan tantas historias por escribir!
Si he de ajustar cuentas lo haré como me he manejado siempre: Dando la cara y en persona cuando corresponda.

Todo esto sólo discurrió en mi pensamiento y me limité únicamente a mirar, por última vez, fijamente a los ojos de aquel médico, alzarme tranquila y pausadamente en pie y marcharme sin ni siquiera despedirme, mientras que en mi interior las tripas me convergían en un vertiginoso torbellino y en mi mente revoloteaban, como mariposas alocadas, miles de cosas por hacer.

^^^^^^^^^^^^^^

Para comenzar mi historia diré que mi nacimiento, extraño en sus circunstancias, se contrapone enormemente a las variopintas y felices vivencias que en mi dilatada vida tuve la suerte de experimentar.
Si bien mi esmerada educación tuvo su formación en una localidad al norte de mi Inglaterra natal, cuna de la servidumbre del más rancio abolengo, en 1971 a la edad de 19 años comencé a trotar incansablemente por el mundo en mi ansia de conocimientos, dotándome esta actitud mía de una apertura de miras y templanza para cualquier tipo de situación imaginable, y quizás por lo mismo, posicionándome de este modo correctamente ante todas aquellas aventuras que, durante mi ajetreada juventud, mi impulsividad me llevó a vivir.
Este espíritu aventurero, que fue el que me motivó desde mi infancia, supongo que lo adquirí de entre todos aquellos orfanatos que tuve la desgracia de frecuentar durante aquellos mis primeros años, e imagino que a falta de unos progenitores que me moderasen, mi carácter campó libre y salvaje hasta que descubrí la tranquilidad espiritual en el orden y el servicio a los demás. 

Me llamo Bastián, simplemente Bastián para todos aquellos señores que serví, entre los que se encuentran el Maharajá Rabindranath, señor de la India, los hijos descendientes del linaje de los duques de Lord Marlborough en Inglaterra y Norteamérica, algunos miembros del linaje del Duque de Toulouse en Francia y, hasta su fallecimiento, en casa del señor Conde del Alcazar de Toledo en Madrid, España, que es donde resido en la actualidad, disfrutando de mi merecida y bien retribuida jubilación y gozando, además, de una estupenda salud.
Y por esa misma templanza e impasibilidad adquirida durante tantos años, el extraño requerimiento telefónico de la señora Matilde de Iranzo no me llevó a más que al sutil arqueamiento, apenas perceptible, de una de mis pobladas cejas.

A pesar de mi insistencia, en la conversación que mantuvimos, en la que vehementemente le expliqué a aquella pertinaz la circunstancia de mi retiro, decidí –más bien movido por mi innata curiosidad- aceptar la proposición de acudir al domicilio que me indicaron, con la promesa de un grande emolumento en contraprestación de una servidumbre más bien poco habitual, ya que la señora insistió en relatarme en persona y no telefónicamente los pormenores de las características de mi servicio a un importante caballero, al que ella misma también servía.
Y como no podía ser de otro modo, acudí puntualmente el día y la hora indicados al domicilio del que pudiera ser mi futuro señor, quedando gratamente sorprendido por la magnificencia de la finca que se encontraba en plena campiña, a escasos kilómetros de Madrid. El edificio presentaba gran elegancia y estilo y me recordó agradablemente a otras ubicaciones en las que ya había servido, garantizándome inmediatamente, tanto los espesos jardines como la arboleda boscosa de los alrededores, la tranquilidad merecida de un servicio reposado y alejado de los tan inconvenientes ruidos y ajetreos de la urbe.

Mi espera, tras tañer la labrada campanilla colgada de la puerta principal duro apenas unos segundos y la fenomenal puerta se abrió, no sin gran esfuerzo por parte de la anciana dama que estaba en el interior. 
Al parecer ya estaba esperándome;


2.


“La señora Matilde, supongo”, dije sobriamente nada más que pude ver claramente el octogenario y congestionado rostro.
“Si, soy Matilde, el ama de llaves y usted será Bastian…Pase, pase…” dijo ella, con una vocecilla aguda y chirriosa.
Recibido el permiso para entrar en el domicilio, ayudé caballerosamente a la anciana a empujar el pesado portón y en un instante me encontré en un gran recibidor opulentamente decorado, casi barroco, con las paredes forradas prácticamente en su totalidad de cuadros con marcos de valiosa y antigua marquetería, estatuas por doquier y varios expositores con trabajos de orfebrería fina, así como diversos escudos de armas con sus penachos, pertrechos y galardones. Todo esto, y adivinando el resto de las estancias de igual modo, me llevó a suponer que el propietario de todas aquellas riquezas debiera ser de algún noble caballero, llevándome este pensamiento a una profunda extrañeza ya que no tenia noticias de ningún linaje por las cercanías.
Aún así, continué con la mirada impasible al frente ya que, como dije, una de mis características más notable en el ejercicio de mi servidumbre era el saber guardar la compostura en todo momento, ante cualquier circunstancia, sin mostrar nunca el estado de mis sentimientos u opiniones… 
¡Hasta que tomé nuevamente aire para respirar…!

Realmente me cogió por sorpresa aquel sobrecogedor y nauseabundo olor que flotaba en el ambiente; Un olor tremendo y denso, rancio hasta la extenuación en matices que se adivinaban por debajo del principal, y más fuerte, a podredumbre. Me impresionó que un lugar rodeado de tan magna e ilustre decoración oliera tanto o más desagradable que la morgue más ponzoñosa que pudiera imaginar, así que no pude evitar pestañear varias veces seguidas, sin duda, por la ofensa recibida en mi afilado olfato; 
Gesto que no pasó desapercibido para mi frágil y anciana anfitriona.

- Es inevitable que no haya advertido lo mal que huele la casa…-dijo con voz trémula- …Debería haberle avisado, pero comprenderá que si le hubiese informado con anterioridad de este inconveniente, probablemente, no hubiera aceptado mi solicitud a acudir. Espero que en ningún modo se sienta engañado por esta circunstancia, ya que el señorito J… insistió notablemente en que compareciera usted…

- No señora…-contesté sobriamente -. No es de mi incumbencia recriminar a que huele la casa de un señor. Pero si me voy a tomar la libertad de preguntarle usted a que es debido, ya que por mi larga experiencia quizás pueda hacer algo para atenuar esta peste pútrida.

- Créame Bastián, que yo lo he intentado por activa y por pasiva, utilizando infinidad de productos ambientadores, detergentes, perfumes, flores e incluso inciensos…Pero todo fue inútil. Sobre todo, por el tratamiento delicado que hay que observar por el origen de esta ponzoña. Al final, la solución más simple ha resultado ser la más efectiva.

- No entiendo, señora…-dije mientras sacaba parsimoniosamente un blanco pañuelo del bolsillo de mi chaqueta y que puse discretamente delante de mis narices, para así intentar mitigar de algún modo el nefasto olor.

- ¡Tapones perfumados para la nariz, Bastián! –dijo el ama de llaves esbozando una sonrisa y levantado levemente la cabeza para que observara los dos pequeños cilindros que apenas asomaban de sus fosas nasales.

- Pero… - dije, perplejo-… ¿Por qué no se ha podido resolver el origen de esta asquerosidad?...Quizás sea debida a un animal, que buscó escondite en alguna estancia y murió allí. Pudo darse el caso…

- No, mi querido Bastian…-apuntó, esta vez con seriedad- ...Porque el origen de esta pestilencia es el propio señorito J…

^^^^^^^^^^^^^^

Me repuse rápidamente, como es habitual en mí, y sin mostrar un ápice de sorpresa miré interrogativamente a la pequeña anciana. Ella continuó:

- Se preguntará como una persona humana huele de semejante modo. Debo decirle que el pobre señorito padece desde hace mucho tiempo una enfermedad incurable, que le provee incansablemente de heridas, pústulas y ulceras por todo su maltrecho cuerpo… y de ahí procede esta pestilencia que envuelve todo el edificio. 
Tengo unos tapones para usted – no se preocupe, que son nuevos -. Póngaselos y verá como se encuentra mejor. Huelen a limón…Y subamos sin más dilación a presentarle al señorito, que habrá oído la campanilla y estará arriba en su habitación, impaciente por recibirlo… como sabrá, es un famoso escritor… - continuó diciendo a modo de cotilleo, dándose la vuelta y encaminando sus pequeños pasos hacia la escalera principal

Guardé mi pañuelo, disimulé educadamente mi desconocimiento sobre aquel señor y me puse a toda velocidad los dichosos taponcillos que, al principio, me resultaron bastante incómodos; Pero el intenso aroma a lima que desprendían disimulaba en gran parte el olor pútrido y hacía verdaderamente llevadero el sacrificio de usarlos.

- Entonces… - pregunté siguiendo con mis pesquisas -¿El señor J…, sufre de algún tipo de gangrena?

- O algo parecido…No se sabe. Los médicos no supieron diagnosticarlo. 
Pero lo cierto es que esa misteriosa enfermedad le produce tan terribles heridas que muchas veces ha sido necesario que yo misma lo atendiera, desinfectando, limpiando e incluso suturando partes de su cuerpo. Él se lo explicará todo de mejor manera. Yo estoy mayor y hay algunas cosas que ya no entiendo; Por fortuna, el señorito J… posee un don de palabra prodigioso y le explicará profusamente. De ahí el éxito de sus novelas…Habla tal y como escribe y, por eso, sus escritos le han llevado a adquirir una extensa fortuna a lo largo de los años. Es maravilloso y de admirar que su enfermedad no haya malogrado su carácter benévolo...Yo, por mi edad, no puedo atenderle como es debido pero supongo que usted Bastián, con su experiencia, sabrá darle el trato que esta gran persona merece.

- Así que usted se marcha… ¿y quedaré yo solo al servicio y cuidado del señor?

- Siempre y cuando él le acepte – dijo el ama mientras acometía trabajosamente con el último peldaño de la majestuosa escalera- …Cosa que creo muy probable, porque fue él mismo quien me dio su nombre y así le localicé a usted; Por lo visto su excelente fama le precede, querido Bastián…

Por un momento pensé que yo no había aceptado aún al señor, que habríase de contar conmigo, y si decidiría o no prestar mis servicios en aquella casa; Pero dándome cuenta que estaba pecando de soberbia, en contraposición a mi severa educación en servidumbre, me retracté de aquellos pensamientos y reforcé mi positivismo diciéndome que no sería de buen cristiano rechazar este servicio con la excusa de la enfermedad de mi señor…
Y.. ¡que demonios!; Servir a un famoso escritor de éxito y por ende extremadamente rico, atendiendo las peticiones de convaleciente en sus últimos días sería un trabajo cómodo y, al mismo tiempo, gran broche para rubricar en mi extenso currículo, quedándome bien satisfecho de mi larga vida como excepcional servidor.
Así que, aún antes de haber pisado el ultimo escalón de la magnifica escalera, y sin ni siquiera saber que se esperaba de mí, ya me consideraba el nuevo servidor y cuidador del señor J… Afamado y multimillonario escritor, tristemente enfermo de muerte.


3.


“Espere aquí un momento, Bastián…”- dijo Matilde, deteniéndose frente a una puerta azabache hermosamente labrada, que supuse que era la de las habitaciones del señor. Asentí con la cabeza y la anciana ama traspasó el oscuro umbral, sin que me diera tiempo a atisbar nada del interior.
Un par de minutos después Matilde salía de la estancia, portando una bandeja en sus manos con algunos vasos, y amablemente me preguntó si deseaba tomar un café o un té. Ante mi negativa continuó su recorrido hacia la escalera y sin girarse dijo: “Ya puede pasar. El señorito le espera...”. Y se encaminó pausadamente a sus quehaceres.

Mentiría si dijera que me encontraba absolutamente tranquilo cuando mi mano alcanzó la manija de aquella puerta oscura. No sabría explicar muy bien por qué, pero un sentimiento de intranquilidad y desasosiego mezclado con mi innata curiosidad, me invadió momentáneamente propiciándome un cierto temblor y un ritmo cardiaco algo más acelerado del que era de suponer. Me dije para mis adentros que no era más que una entrevista y que no existía motivo alguno para mis nervios, pero esa sensación extraña que anidaba en mis entrañas me advertía de que quizás tendría que recurrir a todo mi aplomo para abrir aquella negra puerta, parecida a la que en alguna ocasión había visto en una cripta. 
Así que respiré profundamente y, con un rápido impulso, agarré la manivela y abrí lentamente el portón. 

Al principio no fui capaz de visualizar nada del interior, aún a pesar de haber traspasado ya el vano, básicamente por la pobre iluminación del interior. Lentamente mis ojos fueron acostumbrándose a la penumbra reinante y empecé a distinguir, con mayor o menor claridad, algunos objetos de la estancia, ayudado en parte por la luz que entraba desde el pasillo por el hueco de la puerta semiabierta tras de mi.
En el interior, a unos cinco metros, se dibujaba una sombra de gran altura y rasgos humanoides, enmarcado bajo unos dinteles de oscuros cortinajes, portando un objeto similar a un hacha.
A pesar del respingo que sentí, pronto advertí que se trataba de una de aquellas armaduras medievales de cuerpo completo y, sin poder evitarlo, expiré un suspiro de alivio al tiempo que experimentaba una sensación de vergüenza, por haberme asustado tan vanamente de aquel monigote.

- Cierra la puerta Bastián…la luz daña mis ojos - resonó cavernosamente una voz extremadamente profunda, desde algún lugar del fondo más oscuro de la estancia; 
Y mi corazón, que aún no se había repuesto de la impresión anterior, volvió a cabalgar furiosamente.
“Si señor” – atiné a contestar, y cerrando la pesada puerta me sumí prácticamente en la oscuridad. Unos segundos después, la delicada luz de un antiguo quinqué iluminó el espacio desde donde mi interlocutor había pronunciado su orden. Entrecerré los parpados procurando afinar mis ojos y dirigí la mirada hacia el punto luminoso que relucía encima de una antigua y barroca mesa de escritorio. Poco a poco fui acostumbrándome a aquella luminaria amarilla y aprecié, detrás de aquel escritorio, la forma de quien me había hablado.

Si hubiera de regirme por la impresión que tuve al ver, por vez primera, al señor J…mis pies aún estarían trotando como locos en pos de mi vehiculo aparcado fuera.
En principio, aunque me pareció un saco de arpillera, distinguí las formas de una antigua bata con capucha que ocultaban groseramente las formas de un hombre malformado y extrañamente inmóvil, sentado al parecer en una rustica silla de ruedas.
Pero fue su rostro, al levantar el señor la cabeza, lo que me dejó petrificado e imposibilitado para moverme del sitio; 
Su cara, apenas cubierta ahora por la capucha, era un amasijo de arrugas en mezcolanza con tremendas llagas supurantes, remarcando su faz unos demasiado vivarachos ojos velados en blanco, sin duda por cataratas, pero que de tan intensos parecían traspasarme.
Quizás, por mi pasmosa inmovilidad el señor J… continúo hablando, esta vez con un tono más jovial:

- He de suponer que esa bruja de Matilde ya te ha provisto de taponcillos…- dijo, esbozando una sonrisa que puso al descubierto unos horripilantes y rotos dientes amarillos - …No creas que me molesta, en tu caso; Solo que lo hace con cualquier visitante de la casa, sean proveedores o de mantenimiento…o simplemente un vendedor. Al parecer le parece vergonzoso que esta enfermedad me este pudriendo; Pero pasa y siéntate…Tenemos que hablar.

Engañosamente, a pesar de la silla de ruedas, se incorporó con cierta agilidad y por encima del escritorio me encaró, con una casi descarnada mano, un pesado sillón de orejas que debía pesar sus buenos kilos. Así pude observar que le faltaban las puntas de los dedos índice y anular de la mano derecha, pero no como si los hubiera perdido en algún accidente, si no como si nunca hubieran estado allí, así como desgarros sanguinolentos en gran extensión de la parte superior de su mano. Pensé de inmediato en el sufrimiento que padecería aquel hombre, más allá de lo repugnante de su aspecto.
Tomé asiento, no sin ciertos reparos, ya que pequeños trozos de piel se habían quedado adheridos en el sillón allí donde él lo había tocado y haciendo un pequeño quiebro, y de tripas corazón, me acomodé o mejor que pude en el vetusto mueble.

- Si señor… - dije modulando la voz - … La señora Matilde me proporcionó estos taponcitos nada más entrar, que por cierto funcionan maravillosamente, por lo que no suponen ninguna molestia…He de decirle, señor, que siento profundamente que se encuentre en su estado y que haré lo posible, si llegamos a un acuerdo, para proporcionarle el mejor servicio que…

- ¡Ooh, vamos… ni te atrevas a compadecerme! –interrumpió alzando gravemente la voz- …De mi estado es lo menos que has de preocuparte; Tenemos mucho por hacer y hablar, así que las formalidades y las compasiones están totalmente de sobra…¿Si llegamos a un acuerdo dices?
A un acuerdo económico supongo…pues bien:
¿Te parece adecuado toda mi fortuna, esta finca y las dos que tengo en Londres?

- No creo merecer esos cuantiosos emolumentos por mi servicio, señor - dije modestamente pero sorprendido, pareciéndome la proposición el desvarío de un viejo loco enfermo.

-¡Uhh! Créeme que si los merecerás, Bastián – dijo sonriendo horriblemente de nuevo – 
...Por cierto… ¿Sabes coser botones?

- Si…si señor – contesté, algo perplejo por el giro de la conversación.

- Está bien, eso bastará…- y extrajo algo del bolsillo de su bata que depositó a la vista, encima de la mesa, aunque no pude distinguir de inmediato de que se trataba;
Con una voz tan profunda que parecía salirle del fondo del estómago, tranquilamente dijo:

- Cóseme los dedos.


4.


Si en algunos momentos pasados hube de mostrar templanza, cualquiera de ellos se hubiera quedado en mantillas ante el aplomo que demostré, levantándome pausadamente del cómodo sillón y proveyéndome de aguja e hilo comencé a suturar, como quien cose un mantel, las puntas de los dedos apenas encarnadas a la mano de mi señor.
Evitaba al máximo mirarle directamente al rostro, no por repugnancia, si no porque para cualquier tarea que se me solicitara, mi educación me exigía la máxima atención en el cumplimiento de la misma, pero no por ello deje de advertir que el señor J… no me quitaba sus blancos y llagados ojos de encima, observándome, creo con atención y cierta complacencia.
Diríase que aquella maniobra de sutura improvisada fuera una prueba a la que me quiso someter y que, sin duda, cumplí estoicamente a la perfección.
También he de decir que él, curiosamente, no mostró la más mínima muestra de dolor mientras le implantaba los apéndices.
Cuando hube acabado, dejé sobre la mesa los enseres de confección y modulando la voz de la forma más natural de la que fui capaz, dije:

- Ya está, señor… ¿Desea algo más el señor?

- Tienes arrestos… – dijo complacido, enarbolando una mueca más horrorosa si cabe que la sonrisa anterior- …Y eso me gusta. Se aprecian en ti buenos modales y aplomo y posees buena sangre, sin duda; Toma asiento…Tendrás la cabeza llena de dudas y creo que es el momento de resolverlas;
Te preguntarás primeramente, supongo, por qué te he hecho llamar. Pues bien, he de decirte que sigo tu trayectoria desde hace muchos años. Estoy informado al completo de tus viajes, de donde serviste, donde viviste y ahora, de donde vives. He sabido de tu estoicismo y de tu modo de enfrentarte a cualquier situación, por extraña que pareciera, durante todo ese tiempo que viajaste por el mundo y serviste con nobleza a tantas personas. Créeme que fue una gran sorpresa cuando me enteré de tu traslado a España, noticia que acogí con sumo agrado. Realmente, contactar contigo cuando residías en el extranjero hubiera sido una pérdida de tiempo…- masculló-

- Entonces, supongo que si el señor me ha llamado a su servicio por mi trayectoria profesional es algo muy de agradecer y, modestamente, me siento halagado…pero no comprendo ni el interés del señor por haberme seguido tan arduamente desde mi juventud, ni el motivo…

- No solo por tu trayectoria, Bastián – interrumpió - … Tanto tu padre como el anterior resto de la familia fueron unos infelices desgraciados que nunca supieron acometer con valentía los reveses de la vida, y así les fue…Creo acertar considerándote a ti distinto…

- Pero… ¿conoció usted a mi padre? ¡Como es posible!... ¿Que ocurrió para que yo me criara en un orfanato? ¡Dígame por favor!...- suplique poniéndome de un salto en pie.

- En ello estamos Bastián…- dijo en voz baja -…en ello estamos; 
Pero necesito que te calmes y escuches atentamente todo lo que he de decirte.

Hice caso del consejo y, aún a pesar de los temblores que me recorrían el cuerpo, me esforcé en permanecer sentado y callado mientras aquel hombre extraño, medio en penumbras, me desvelaba facciones de mi vida que yo mismo desconocía.

- Tu padre era un pobre loco, Bastian…- continuó pausadamente -…No en el sentido literal de la palabra, pero nunca fue dueño ni de sus actos ni de su vida; Cuando tu madre te dio a luz y por ese motivo falleció, se trastornó de tal modo que se convirtió en un ser precario e imprevisible.
Te abandonó en aquel primer orfanato con la intención de que te cuidaran, pues ni el mismo sabía donde acabarían sus huesos a la semana siguiente. Emprendió diversos viajes por el mundo, a cual de ellos más peligrosos o dispares, como en una búsqueda forzada de su propia muerte, haciéndoseme una labor imposible seguir de cerca sus pasos pues nunca parecía estar en donde descubrieran su último rastro. Las últimas noticias que recibí de su paradero, hace unos 20 años, lo ubicaban en una fría y decrepita tumba abandonada en Birmania, a causa de un terrible accidente en un vehiculo, y allí debe de estar, puesto que aunque me empeñé durante largo tiempo en asegurarme de que aún viviera, nunca supe más de él.

- …siempre quise saber algo de mis padres – dije con voz entrecortada - …nunca entendí el abandono y ahora comprendo… que una vez muerta mi madre, él se vio incapaz…y posiblemente de él heredé este espíritu aventurero que a tantos lugares me ha llevado…

- Y no solo heredaste el espíritu aventurero, Bastián – continuó -…por tu sangre corre una excepción de la vida muy poco común, que solo los miembros de tu familia poseen…y eres tan afortunado de haber sobrevivido hasta ahora sin sufrir ningún tipo de accidente que te llevara a la muerte, como a tu padre o tu abuelo
Pero, a pesar de tu comprensible impaciencia, he de ir por partes en cada una de mis explicaciones y la principal es encomendarte una gran tarea que espero cumplas a la perfección y de ahí que mi oferta para tu pago sea tan generosa. Una tarea que solo a ti corresponde y debes cumplir. 
Comprenderás que Matilde ya no puede atenderme. Aunque desde que la puse a mi servicio en el año 36, siendo casi una niña, ahora es una vieja que se horroriza cada vez más de lo que me ocurre y por eso ya no volverá a servirme a partir de mañana. Ha pasado una buena vida en mi compañía y me he ocupado generosamente de que no tenga que preocuparse, en los años que le queden, como a muchos otros. 
Es harto innecesario que te diga lo precario de mi estado, Bastián. Salta a la vista…Los dedos que me has cosido no son más que una mínima parte de las restauraciones diarias a las que me he de someter y apenas el principio de los horrores que tendrás que vivir.
Aunque ya he visto que posees buen estómago, algo muy al contrario de lo que me ocurre a mí que apenas soporto mirarme el cuerpo, tus ojos aún habrán de asombrarse por todo lo que el futuro te depara.
Así que desde hoy permanecerás en esta casa junto a mí, finalizando la tarea, a cambio de toda mi fortuna. 

- ¿En que consiste exactamente la tarea, señor?... ¿y a que se refiere con esa excepción que determina mi sangre?– apunté cada vez más curioso.

Sorprendentemente se levantó de la silla de ruedas, sin decir nada, y a pasos cortos se acercó a un mueble aparador que estaba oculto tras unas cortinas en la otra parte de la estancia. Lo seguí con la mirada y entonces pude ver horrorizado como algunos gusanos blancos se deslizaban por la pernera del pantalón de su deshilachado pijama, dejando un rastro lechoso tras sus zapatillas. Tragué saliva y comencé a sentirme algo indispuesto. Era incomprensible que Matilde, aquella viejecita, hubiera podido atenderle en unas necesidades tan repulsivas tantos años sin volverse continuamente del revés el estómago…Y luego, morbosamente, me pregunté cual seria el origen primario de aquellas larvas, ya que procedían del interior del pantalón; 
Por mi bien, aparté ese pensamiento lo más rápido que pude de mi mente y volví a prestar atención al mueble que manipulaba el señor.


5.


- Contestaré a ambas preguntas, Bastián…- dijo, aún dándome la espalda.-…Pero antes, debes de saber que la primera parte de la tarea consiste en que transcribas y publiques todos y cada uno de los legajos que contiene este mueble…- dijo señalando, con un podrido dedo, una pila inmensa de carpetas que pude ver por detrás de él - …Son documentos manuscritos y han de adaptarse a los medios modernos para poder ser publicados. Cada una de las carpetas contiene una novela completa ya escrita, pero ni revisada, ni corregida ni transcrita a ningún medio digital, por tanto, hay que hacerlo. Simplemente son todos los originales escritos a mano desde el año 1.852. 
Son verdaderas obras de arte que hay que salvaguardar…en total 109 novelas. 
La segunda parte de tu cometido, naturalmente, te la explicaré después.

- Pero… ¡si son miles y miles de papeles! – exclamé sorprendido -…Tengo 60 años, señor; 
Creo que no tendré tiempo material de llevar a cabo semejante empresa; Además… ¿Como sabe usted que esas novelas son los suficientemente buenas como para merecer el increíble esfuerzo, por no hablar del imposible tiempo, que llevará leerlas, transcribirlas y publicarlas todas?

- Inteligente apreciación, que me lleva a contestarte tu segunda pregunta, - dijo, girándose y mostrando una fea mueca a modo de sonrisa - …Tiempo, en esta finca, tendrás todo el del mundo para concluir la tarea, porque la excepción de tu sangre no te permitirá morir nunca, excepto por accidente vital. Así que, si nunca sales de estas paredes y no ocurre ninguna desgracia, podrás concluir la tarea sin importar el tiempo que lleve…

- ¿Como que no moriré nunca? ¡Todo lo que esta diciendo me parece una sandez, señor!... – repliqué alzando la voz y perdiendo los nervios…-

Toda esta situación estaba tornándose surrealista a manos de un viejo loco y enfermo y empecé a plantearme seriamente la cuestión de abandonar y olvidarme de todo este asunto.
Mientras, el señor J…continuó:

- La reacción que estas teniendo es normal, querido Bastian…- dijo con voz queda, mientras ojeaba distraídamente algunos de aquellos viejos papeles - …A tu padre le sucedió lo mismo cuando supo la verdad de nuestra familia; Quizás por no asumir plenamente la realidad de nuestro don divino. Fue demasiado para el. Confío en que tu templanza te lleve a entender el bien que se nos ha otorgado.

- ¿Nuestra familia… nuestro don divino? – dije completamente exaltado-…pero ¿de que demonios me esta hablando, viejo loco?

- Cálmate Bastián – contestó impasible a mi insulto -… Hablo de nuestro don divino: La inmortalidad.

Soy inmortal, como tú, como toda nuestra familia, y es algo que comprobaras con el paso de los años que te esperan junto a mi, tu tatarabuelo, mientras terminamos de transcribir la obra familiar. Te dije que las novelas son buenas, y yo lo sé perfectamente, porque yo las he escrito.

- ¿Inmortal… dice usted que es mi tatarabuelo inmortal? ¡Pero si está tan podrido que se cae a pedazos y apesta toda la casa a cadáver!... No creo que le queden ni dos días de vida… ¡ni comprendo como siquiera puede ponerse en pie y andar mientras le caen los gusanos por todas partes! ¡Esto es una locura!

- Efectivamente, querido tataranieto, el ser inmortal conlleva algunos inconvenientes y de ahí se traslada que tu bisabuelo, abuelo y padre buscaran tan desesperadamente la muerte accidental. 
Te explico: Tenemos la peculiaridad de “fallecer” como cualquier otro ser humano a una edad más o menos correspondiente, pero solo “fallecemos” físicamente. De cuerpo, aunque no de espíritu. La llama de la vida nos acompaña en el transcurrir de los siglos y solo nos es arrebatada si se produce una muerte accidental y física en el periodo natural de la vida humana.
Una vez traspasado sin incidentes ese limite y se produce la muerte natural, se comienza el proceso de descomposición de nuestros tejidos, propiciados por la activación automática de una enfermedad debida a la inmortalidad, transmitida genéticamente, y aunque muy poco a poco vayamos deteriorándonos, eso si, mucho mas despacio que los mortales, nuestro espíritu permanece vivo y sano en nuestro interior.
Lógicamente con el paso de los años hay lesiones físicas que resultan difíciles de reparar, como hiciste tú antes con mis dedos, y llega un momento que nuestra vida solo reside en el interior del cráneo, como un pequeño refugio del alma, cuando ya no nos quedan miembros útiles.
Es ciertamente extraño cuando al principio notas que el corazón deja de latir, que los pulmones no reciben oxigeno y que el polvo sustituye el fluir de tus venas. Se podría decir que aplicar el término “enfermo de muerte” en nuestro caso, es especialmente lo más adecuado, porque de eso es de lo que enfermamos: Única y exclusivamente de muerte…Así como el que tiene gripe es un enfermo de gripe, nosotros somos enfermos de muerte… Y esa enfermedad comienza justo desde el primer momento del fallecimiento terrenal… pero si uno se cuida y se mantiene bien, puede durar físicamente mucho, mucho tiempo…Yo aún soy joven…Acabo de cumplir 220 años ya que nací en 1.792...Demoré 65 pacientes años en redactar cada uno de esos papeles que ves aquí, todas esas novelas que son como hijos míos, pero ahora apenas puedo escribir con estas catastróficas manos. Por eso es tan necesario tu servicio, además de ser la herencia que te pertenece por derecho; Como te dije, espero que seas distinto al resto de parientes y tengas lo que hay que tener para soportar la vida prácticamente eterna.

- No puedo creerme ni una sola palabra de lo que me está diciendo – repuse retomando el control de mis nervios - …sencillamente me parece que usted esta loco, señor.

- Está bien – replicó el señor J… - si no me crees a mi, quizás puedas preguntarle a ellos.

Y se alzándose a la parte alta de aquel aparador lleno de antiguos papeles, abrió unas pequeñas puertecitas del tamaño de una caja, desde en cuyos huecos interiores me miraban algunas cabezas en distintos estados de putrefacción, lo cual no les impedía sonreírme y saludarme según los iban presentando:

- Aquí, mi padre...en esta otra, mi abuelo…en esa de allí, mi bisabuelo…un poco más atrás, mi tatarabuelo…- iba diciendo jovialmente el señor J… mientras que a mí, se me helaba la sangre en las venas.
…Y por cierto, - continuó- …de esto trata precisamente la segunda tarea que te encomiendo: 
El cuidado eterno, o hasta que te sea físicamente posible, de cada uno de los miembros de la familia, siendo así mi relevo; 
Y tú, Bastian, sabrás por supuesto perfectamente como ejercerlo.


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6.

Y esta, señores, es la historia de mi propio tatarabuelo, el señor J… por el que he tenido la deferencia de escribir este relato titulado por mi, Bastián, como “El novelista Cadáver”. Obviamente dictado y dramatizado por mi pariente desde la cajita en la que permanece hace unos años, del día y circunstancias de cuando nos encontramos, dando fe de su veracidad en tanto y en cuanto a lo que se refiere a mis pensamientos y opiniones, una vez terminadas la transcripción y publicación de sus 109 novelas.

Ahora, en compañía de la eternidad y atendiendo, como es natural, el servicio necesario a las cabezas de mis parientes, voy a comenzar a escribir mis propias novelas mientras mis pútridos dedos me lo permitan.

Así, como desde siempre hicieron ellos, libremente y a vuelapluma.







9/2012