1 de octubre de 2012

La memoria de Gunny


Al abrir los ojos no pude menos que asustarme al apreciar que lo único que podía ver era una terrible oscuridad.

Lo segundo que pude constatar era la extrañeza con la que percibía mi cuerpo, aunque si comprobé de inmediato y para mi disgusto que no podía moverme en absoluto, sin duda por estar inmovilizado y, aún a pesar de la oscuridad total, era consciente de diversas sondas, tubos y aparatos que inundaban cada uno de los orificios de mi anatomía.

Pasado el espanto inicial, me propuse pensar con orden y hube de suponer que me encontraba postrado, seguramente en algún hospital, inmovilizado e intubado cosa que, por otra parte, tampoco me resultó en ningún modo esperanzadora.


Al cabo de unos minutos de intentar ordenar mis pensamientos, quizá por que comencé a tranquilizarme al verificar que no sentía dolor alguno en mis miembros, algunos recuerdos borrosos acudieron en tropel a mi mente y tuve que hacer gran esfuerzo para ordenar cronológicamente todos aquellos flashes.

En los instantes siguientes recordé mi nombre: Stuart.
También recordé la lluvia, la violenta y negra tormenta que me venia a la memoria a retazos, como fotogramas de alguna vieja película, con toda la nitidez de una realidad demoledora pero sin ningún orden ni concierto. Igual me parecía sentir la lluvia mojando mi rostro, como veía mis ojos reflejándose en el pequeño espejo de un retrovisor;
Seguidamente, y en forma de destellos, atisbé mis manos manejando un volante, luces blancas y rojas centelleando y cruzándose rápidamente delante de mi vista a través del mojado parabrisas del coche.
Recordar los grandes faros deslumbrándome, justo al frente, fue el siguiente pensamiento lógico y al contrario de lo que se supondría esperar, el impacto de mi coche contra aquel camión fue absolutamente silencioso para mis oídos y extraordinariamente lento en mi percepción del tiempo.

Fue nada más colisionar, según pude observar, como todos aquellos accesorios e instrumentos del interior se retorcían grotescamente como si de pronto hubieran cobrado vida propia y se empeñaran en plegarse salvajemente sobre si mismos, distorsionándose, rompiéndose en miles de pedazos, volando peligrosamente alrededor de mi rostro, mientras el airbag se desplegaba con una lentitud exasperante; Podía ver aquella tela rugosa y blanca acercarse muy despacio hacia mi cara, como si alguien la inflara con pereza, oculto desde el interior de su receptáculo. Luego, todo se aceleró a una velocidad pasmosa en mi pensamiento y, como si de un huracán se tratara, una fuerza sobrecogedora me extrajo del interior del vehiculo y me lanzó cuneta abajo dejándome allí tirado, como un muñeco roto y a varios metros del accidente.

De nuevo volvió la sensación de lluvia cayendo sobre mi rostro y, después, un profundo y silencioso agujero negro lo envolvió todo.

Pero aquella negrura en mi mente, al parecer, no fue más que una sensación pasajera porque ahora, a cada instante, hilaba las circunstancias de lo sucedido con mayor velocidad y nitidez;
Si bien ya había establecido que me llamaba Stuart, ahora se me revelaba el motivo de mi presencia – también la de mi mujer y mi pequeña hija de siete años - en un coche a altas horas de la noche y en plena tormenta.

Mi nombre completo es Stuart Daves. Recuerdo ser neurobiólogo genético, investigador interino del Instituto de Investigación de Genética Traslacional de Phoenix (Arizona), donde procedemos con un gran equipo a investigar los procesos de la actividad neuronal en invertebrados y roedores, para posteriores aplicaciones en humanos,
Siguiendo mi intuición, basada en la idea de que la memoria no se ubica únicamente en el cerebro como hasta ahora se había establecido, comencé a fortalecer mis estudios en partes del genoma humano aún no completamente identificadas hasta que dí con un gen concreto en el que una proteína denominada Kibra me llamó la atención, por su modo de actuar con respecto a las sinapsis (neuronas cerebrales).

Mis estudios demostraban que, concretamente la proteina Kibra en ese gen, era una parte esencial de un complejo de proteínas que controlan el modelado de los circuitos cerebrales, en un proceso que codifica la memoria. Así que animado con este resultado, primeramente cultivé las células in-vitro extraídas del cerebro de ratones embrionarios durante dos semanas, modificando genéticamente algunas de esas células para producir menos proteínas Kibra.

Cuando obtuve una cantidad de células genéticas suficientes para varios experimentos, las fui inoculando en distintos ratones- control de ensayo, activando especialmente de este modo partes concretas de sus cerebros, cuyos resultados fueron muy satisfactorios con respecto al aprendizaje en diversos recorridos en laberintos, donde se ocultaban en distintas ubicaciones porciones de comida y recipientes de agua… y que ellos memorizaban con una facilidad pasmosa.

Tras aislar células del cerebro de estos ratones-control, confirmé mediante pruebas bioquímicas que los receptores conocidos como AMPA, de los neurotransmisores, interactuaban en el cerebro. Entonces determiné que Kibra regulaba la actividad de los receptores AMPA desde el interior de las células nerviosas del cerebro, facilitando la sinapsis. A continuación, coloqué las neuronas en una cámara de imágenes y registré la actividad de los receptores AMPA una vez por minuto, durante 60 minutos. Los resultados mostraron que los receptores AMPA se movían más rápido en las células con menos Kibra que en las células de control con cantidades normales de la proteína, lo que demostraba que Kibra regulaba los receptores de las células cerebrales.

Una vez verificados estos hechos, utilicé a un pequeño ratón blanco de ojos especialmente sonrosados, que reservaba y al que cariñosamente denominaba Gunny y le implanté una generosa cantidad de las mismas células que extraje de sus hermanos de control… ¡los resultados fueron espectaculares!

Sin haber estado nunca físicamente en el interior de ninguno de los laberintos, Gunny reconocía cada uno de los caminos que le llevaban directamente a la comida o al agua, sin dudar ni un instante en el recorrido, encontrando todos y cada uno de los premios a una velocidad asombrosa.

Este trabajo me confirmó que la actividad de los receptores AMPA en la sinapsis sirve para reforzar las conexiones en el cerebro, señalando que la mayoría de las formas de aprendizaje implican el fortalecimiento de algunas sinapsis y el debilitamiento de las demás, un fenómeno conocido como plasticidad, que es responsable de los circuitos de la escultura en el cerebro que codifican la memoria. Sin Kibra, este proceso no funciona correctamente, y como resultado, el aprendizaje y la memoria están en peligro. La proteína Kibra resultó que ayudaba específicamente a crear un grupo de receptores extras que se usan para fortalecer las sinapsis durante el aprendizaje y, además por derivación, asocié a Kibra con la protección contra la aparición de la enfermedad de Alzheimer temprana y, desarrollando estos estudios, podría ayudarse a definir nuevas dianas terapéuticas para el tratamiento de los trastornos de la memoria relacionados con la edad…
¡Una posible y radical cura para el Alzheimer!

Por tanto, me encontraba ante un descubrimiento científico de gran relevancia con una gran cantidad de vertientes y posibles aplicaciones futuras, algunas de ellas previsibles y otras aún inimaginables, demostradas por la prodigiosa memoria adquirida de mi pequeño ratón, Gunny.

Comunicar tan elevado descubrimiento revoluciono a gran parte de mis colegas en Washington y se solicitó mi presencia urgente, para explicar cada uno de los conceptos y pruebas científicas desarrolladas ante la Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) en una reunión extraordinaria por tal motivo en la capital.
Esa misma tarde, junto a mi mujer y mi hija, con la idea de aprovechar para proporcionarles un lúdico y turístico viaje de placer y, al mismo tiempo, hacerlas participe de mi éxito, puse rumbo a Washington animado a recorrer las 1.500 millas que separan ambos estados, con la mayor alegría y confianza de la que me sentía capaz…

…y ahora, de repente despierto aquí.

No llevaba apenas unos minutos con estos pensamientos, cuando oí como se abría una puerta y alguien entraba en la estancia; Intenté desesperadamente llamar la atención de quien fuera que hubiese entrado, pero fui incapaz de emitir ningún sonido, en parte porque tenia la garganta extrañamente dormida y por otra, por el grueso tubo que la atravesaba y que suponía una vía incrustada profundamente hasta mis pulmones.

- Ya ha despertado…– dijo una voz grave de hombre.

- ¿Doctor Stuart?... –preguntó otro, percatándome de más murmullos, de modo que deduje que habrían varias personas más en la habitación.

Asentí como pude con la cabeza.

- ¡Es increíble! – oí decir a una mujer.

Sentí como se aproximaba alguien a mí y el hombre de la voz grave continuó hablando:

- Doctor Stuart, comprendemos su desorientación y suponemos que muchas preguntas se agolparan en su mente. Créame que voy a intentar explicarle todo del mejor modo posible, pero ante todo debe mantener la calma…- dijo el hombre mientras manipulaba y extraía delicadamente el tubo de mi garganta, aunque una vez hecho esto, tampoco pude articular ningún sonido. Seguidamente, continuó hablando - …De momento permanecerá inmovilizado por su bien, aunque si voy a retirarle el vendaje de los ojos para que pueda vernos.
Hemos confirmado por sus escáneres cerebrales que todas sus funciones cognitivas son correctas y que no corre riesgo de infarto cerebral, encontrándose su situación dentro de una normalidad relativa. Así mismo, debido a estos resultados tan positivos, ayer mismo decidimos sacarle del coma inducido al que se hallaba sometido desde hace tres meses, estado en el lo sumimos posteriormente a su horrible accidente.

Un escalofrío recorrió mi columna… ¡Tres meses en coma!... ¿Y mi familia…?

- …Vamos a confiar – continuó -…en que su mente científica juegue de nuestro lado y de este modo asimile con prontitud la gravedad de la situación, así como que entienda su irreversibilidad. Suponemos que por los procesos mentales normales habrá comenzado a recordar, si no todo, la mayoría de sucesos que ha tenido la desgracia de vivir. Por si aún no lo ha recordado plenamente, le informo que sufrió un grave accidente de tráfico mientras acudían a la reunión en Washington, en la que se le había requerido su presencia. Supusimos que se desplazaría en avión hasta la capital, así que la noticia de su accidente en un vehiculo terrestre nos cogió a todos por sorpresa. Sin más dilación he de notificarle primeramente las malas noticias: Desgraciadamente su mujer falleció en el acto y no se pudo hacer nada por salvar su vida.
En el caso de su hija, tuvimos algo más de suerte y llegó viva cuando se la trasladó al centro hospitalario, pero con unas lesiones corporales tan severas que temimos su muerte inminente.

Mientras hablaba, el médico comenzó a manipular los vendajes que cubrían completamente mi rostro y que me imposibilitaban ver. A pesar de los apósitos, sentía como las lagrimas inundaban mis ojos y una agonía indescriptible se apoderaba de mis entrañas.

- En el caso de usted, doctor Stuart…- continuó diciendo el mismo hombre - …sus lesiones no fueron mejores.

Al parecer, debido a la violencia con la que se produjo la colisión, salió despedido del vehículo aplastándole la carrocería desafortunadamente en una de las vueltas de campana y fue victima de tales politraumatismos que nadie apostaba nada por su vida.

Debe usted comprender que entendimos que no podíamos en ningún modo desaprovechar sus conocimientos e iniciativas en el campo de la neurobiología y creemos, todo el equipo, haber tomado la decisión más coherente y correcta posible, asesorados debidamente por una autoridad competente…

Mientras intentaba asimilar las terribles noticias, el médico acabó de quitarme los vendajes que me cubrían los ojos y, solo entonces, comencé a ver con nitidez a las diez o doce personas que reunidas en la habitación me observaban con atención. Todos con batas blancas y semblante grave.

El doctor se retiró con los vendajes al fondo de la habitación, los depositó en una papelera y se acercó nuevamente a mi lecho, en el que continuaba inmovilizado y cubierto hasta el cuello, con un objeto rectangular en las manos.
Se sentó pausadamente a mi lado y pude ver que era un espejo.

- …No pudimos hacer mucho más por la vida de su hija, que a los pocos minutos de ser ingresada fallecía y usted era un amasijo de carne y huesos rotos… Esperamos que comprenda que esta decisión era la única posible para salvarle… Irónicamente, pudimos hacerlo gracias a su descubrimiento, después de estudiar su trabajo y comprobar que el procedimiento era completamente viable… - dijo, levantando el espejo y poniéndolo frente a mi rostro.

Por unos instantes no comprendí lo que mis propios ojos estaban transmitiendo y solo cuando vi que los gestos que hacía se correspondían a los que mi cerebro pensaba, descubrí que es lo que había pasado.

Porque en el espejo, tan solo se reflejaba el rostro de mi hija…

El doctor, bajó lentamente el espejo y me miró a los ojos.

- La buena noticia, si es que podemos determinar algo así, es que su descubrimiento funciona con una fiabilidad absoluta y que, quizás, debería de tomarse esta tragedia como una segunda oportunidad, doctor Stuart...
...Ahora, de nuevo, gracias a su procedimiento de transmisión genética de la memoria, basada en la proteína Kibra, pudimos extraer y localizar los genes que modelaron su propia memoria e implantárselos satisfactoriamente en el cerebro del que fuera el cuerpo de su hija, transmitiendo así toda la información antes de que le sobreviniera la muerte cerebral; Tiene toda una vida por delante, doctor Stuart.
Con un cuerpo joven y una mente plagada de valiosos conocimientos…

Ni siquiera tuve intención ni fuerzas para responder.

Solo sollocé…
…como sólo sabe sollozar una niña de siete años.




9/2012