26 de mayo de 2013

Desventuras animales 1 - Tortu -




Llámenme raro, incluso sería permisivo que me adjetivaran de extravagante.
Pero no a todas las personas con dos dedos de frente, por fuerza, han de gustarnos los animalitos (a las mascotas me refiero).

El caso es que mi vida siempre ha transcurrido bajo un orden sumamente metódico y ordenado, por tanto, el sólo planteamiento de adquirir, aceptar regalado, adoptar, cuidar prestado o incluso permanecer cercano más tiempo del estrictamente necesario en las cercanías de una de esas pequeñas bestias turba mi pensamiento, me sube la tensión y me produce tremendos ataques alérgicos a modo de estornudos, sarpullidos, toses y esputos que me amargan considerablemente la experiencia. Y aunque mi doctor lo describa meramente como puro ataque psicosomático, con una pizca más bien generosa de hipocondría, el que pasa verdaderamente el mal rato soy yo.

Ya desde niño, advirtiendo mis progenitores de esta rala aversión a los animales tan poco natural en los demás infantes, optaron por curarme de mis manías regalándome en la fecha de mi séptima onomástica un pequeño galápago de agua dulce, cuyo mayor cuidado era proporcionarle agua fresca de tanto en cuanto, un trozo generoso de lechuga y algunos bichitos - que ahora no recuerdo la especie - pero que me daba mucho asco tocar.
Pero mi primera impresión al recibir tan extraño regalo fue que mis padres se habían vuelto locos - o muy tacaños - por regalarme para mi cumpleaños una simple piedra verde sumergida en un recipiente estanco de agua maloliente.

Decidí otorgarles el beneficio de la duda deduciendo equivocadamente que su acto era algo meramente educativo y que algún fin concreto tendría para mí esa enseñanza, así que al rato, después de mucho cavilar extraje de mi bien ordenado estuche unas ceras multicolores y suponiendo que era un objeto para colorear comencé a pintar esa cosa con tonos diferentes por cada uno de los cuadraditos que conformaban su estructura.
Pero cual fue mi sorpresa cuando, de repente, a la piedra le salieron patas y cabeza con boca, propinándome tal susto que me costó numerosas posteriores pesadillas en las que incluso, en alguna mala noche, me llegué a hacer pis en la cama.
Cuando me calmé y fui correctamente informado de los cuidados del animalito me propuse seriamente llevar a cabo con diligencia su manutención y mantenimiento, que como dije antes no era asunto difícil; Pero esta tarea – quizás por mi patente falta de interés – se me hacia harto engorrosa y mi mente, entonces aún muy dispersa, hacía que pasaran largas temporadas sin atender lo mas mínimo a “Tortu”, que es el nombre tan poco imaginativo que le endosé al bicho.

Fue de pronto que un día recordé que había depositado a Tortu en la repisa de la ventana de mi cuarto con la sana intención de que le diera el sol y el aire, cosa beneficiosa sin duda, si no fuera por el detalle que eso ocurrió en Diciembre y ya íbamos para mediados de Julio.



Subí las escaleras a mi cuarto corriendo y temeroso por el destino de mi mascota, pero en el acto me tranquilicé al asomarme a la ventana y ver a la tortuguita con sus patitas extendidas y la pequeña cabeza expuesta al sol veraniego, flotando placidamente en su pequeño estanque de ridículas palmeritas artificiales.
Enseguida me sentí aliviado y, con gran sentimiento de culpa, la proveí de dos grandes trozos de lechuga – por si se me volvía a olvidar – y me marché silbando a hacer otras cosas, maravillándome mientras tanto de la capacidad y extraordinaria resistencia de aquellos pequeños animales.

El caso es que se acercaba la fecha de mi octavo cumpleaños y mi madre me preguntó solícita por si me hacía ilusión que me compraran como regalo una compañera o compañero para Tortu – ¡quien sabe a simple vista que sexo tienen las tortugas! –.¡..Y entonces recordé espantado que seguía en la repisa de la ventana! En el acto pensé que mucho habría de haber economizado para que aún le durara la lechuga que le puse hacía ya cuatro meses.
Esta vez, ante mi gesto disimulado de completa indiferencia y mis vanos intentos de cambiar de tema preguntando pertinazmente por la merienda, algo sospechó mi progenitora e insistiendo en que la acompañara a mi cuarto me solicitó que le mostrara donde guardaba habitualmente el animalito, ya que cayó en la cuenta que tampoco recordaba donde estaba.

Subimos las escaleras pensando cada uno en nuestras cosas – supongo que mi madre en donde demonios guardaba la tortuga, y yo con el desanimo de recibir un regalo de cumpleaños desaprovechado con otra alimaña – y ya en la habitación nos acercamos al alféizar curiosos.
“¿Ves? Está aquí tan pancha, bien espatarrada y tranquilita tomando el sol...”-le dije ufano señalándola y ensayando mi mejor sonrisa.
“Está muerta...” – sentenció mi madre tocándola con un dedo, no sin antes apartar los podridos restos verdosos de lo que en su día fue lechuga.
“¿Como muerta...? ¡Pero...pero mírala!...- dije con exagerados aspavientos - ... ¡Si sólo está relajándose tomando al sol, con su cabecita extendida, flotando con sus patitas en el agua...!
“Está muerta, José Miguel...-dijo enojada agarrando el recipiente para llevárselo a la basura – No está relajada tomando el sol... ¿Que no ves que está tan reseca que ya ni tiene ojos?

“Ya me parecía a mi que se estaba muy quieta...-musité mirando al suelo como única excusa.

Esa misma semana, la de mi peor cumpleaños, pasaron dos cosas muy desagradables:

La primera, es que mi regalo fueron tres lotes de calzoncillos.
La segunda, es que me pusieron gafas porque se dieron cuenta que era miope.


6/2013

23 de mayo de 2013

Cinco sombras de película

1.

Había estado lloviendo toda la tarde y la carretera presentaba  un aspecto resbaladizo y peligroso, pero esto era algo que a Nerea, sumida profundamente en sus oscuros pensamientos, no le intimidaba en absoluto y continuaba pisando con fuerza el acelerador de su potente BMW.
Sólo deseaba llegar cuanto antes al chalet, sin cuestionarse  ni por un segundo a la peligrosa velocidad que circulaba, con la absurda esperanza de poder desmentir la cruda información que había recibido de Oscar apenas hacia una hora.

“Está confirmado” le dijo con cierto acento sudamericano y la frialdad que caracteriza a un sicario. Después se reclinó en su sillón y pausadamente se encendió un cigarrillo mientras ella desparramaba unas inútiles lágrimas desconsoladas en el sucio piso de aquel despacho cutre y destartalado, situado en el barrio más viejo y oscuro de la ciudad. 

Al poco rato, algo más calmada pero aún furiosa, se marchó de allí a toda prisa no sin antes haber dejado unas precisas instrucciones a aquel individuo tan mal encarado. 

-¡Hijo de puta!... ¡Malnacido hijo de puta! – mascullaba una y otra vez para sus adentros mientras aparcaba bruscamente el coche junto al Audi negro de su marido, Guillermo, que estaba estacionado fuera del garaje del imponente chalet.

Ya en la puerta principal se atusó del mejor modo que pudo la enmarañada melena y se restregó con las manos el rímel corrido de los ojos. Tomó aire, se repuso y sacando las llaves de su caro bolso de D&G se dispuso a entrar al edificio del modo más natural del que en ese momento se sentía capaz.

Dejó su chaqueta aún mojada en el recibidor y enseguida vio en la mesita el teléfono de Guillermo sonando insistentemente en modo vibración.  Lo alzó y miró el identificador de la llamada entrante. Tan sólo se leía “Número oculto, Banco DN”, pero no se atrevió a descolgar.

- ¡Guille, ya estoy en casa…! Tienes una llamada en el móvil – gritó entrando en el salón con el móvil aún vibrando en la mano.

-¡Estoy en la ducha amor! Sube y tráeme el teléfono, por favor…

Nerea apretó con fuerza el aparato rogando para que este dejara de vibrar, pero la llamada con aquella nomenclatura misteriosa continuaba vehementemente insistiendo.
Subió al piso de arriba y se dirigió al amplio cuarto de baño donde su marido terminaba de secarse poniéndose un blanco albornoz, abrió la puerta y alcanzó el aparato de la mano de Nerea.

- Gracias amor…-dijo con naturalidad dándole un pequeño beso en la mejilla - … ¡Qué tarde es!... ¿Qué tal tu día?

- ¡Ah! Bueno, nada, ya sabes…de compras por aquí y  por allá. Luego pasé un momento por la galería de arte y por eso me entretuve en…

-Disculpa cariño…- dijo Guillermo mirando fijamente la pantalla luminosa de su móvil - …es una llamada importante.

Y le cerró la puerta del baño.

Nerea apretó los puños con rabia durante unos segundos y espoleada por la curiosidad aplicó la oreja a la puerta.
Su marido hablaba bajo, casi susurrando, así que apenas llegó a oírlo diciendo “Te he dicho mil veces que no me llames aquí…”, pero enseguida se marchó abajo con el temor de que la descubriera escuchando. Pero con lo poco que había oído, ya le resultaba suficiente.

“¡Maldito hijo de puta!”.Volvió a pensar mientras se servía furiosa un vodka bien frio. Se sentó en un hermoso sillón de piel negra y esperó pacientemente a que su marido bajara del piso de arriba. Sintió como una lágrima rebelde trataba de escapársele pero, esta vez, se prometió que no se lo permitiría.

Guillermo se demoró algo más de 15 minutos y cuando bajó por las escaleras y llegó al salón ya iba impecablemente vestido con un traje azul de corte americano y su abrigo de tres cuartos colgando del brazo.

- Pero… ¿Te vas a estas horas?... ¡Son casi las 10 de la noche! – dijo mirando incrédula.

- Lo siento mi amor. Era una llamada de trabajo y es un asunto importante que no puedo evitar. No me esperes levantada…Igual después de la reunión vamos a tomar unas copas, ya sabes cómo es esto…

- Guille, necesito hablar contigo…Me gustaría que…

- ¡Nerea, te he dicho que es importante…no puedo entretenerme ahora con tus cotilleos! – contestó alzando la voz – Si quieres almorzamos mañana en el centro y me cuentas lo que sea…

Se acercó a su esposa a darle un beso y ésta lo esquivó sin disimulo.

- ¡Vamos amor, no te enfades otra vez!- dijo Guillermo hastiado dirigiéndose hacia la puerta -…Tómate otro vodka y acuéstate pronto. ¡Adiós amor!

Cogió las llaves del coche y salió por la puerta cerrándola sin esperar respuesta.

- Adiós… ¡bastardo! – contestó ella en voz baja.
Nerea se bebió de un rápido trago la copa y estrelló el vaso contra la pared. Buscó el móvil en su bolso y marcó parsimoniosamente un número en su pantalla táctil.

- Soy Oscar – contestó la voz desde el otro lado de la línea.

- Acaba de salir, como me dijiste. Oscar quiero que continúes con lo pactado.

- ¿Está segura señora?

-Nunca he estado más segura de algo. Cuando lo confirmes vienes al chalet y te entregaré la segunda parte de lo prometido.

- Esta bien. No hay problema. Espéreme despierta – dijo la voz, y seguidamente colgó.

Nerea dejó caer el móvil al suelo, se derrumbó en el caro sofá y se cubrió el rostro con las manos mientras un ataque de risa nerviosa la asediaba. Sólo que esta vez no pudo evitar que al mismo tiempo los ojos se le llenaran de lágrimas.
“Vaya…-pensó – nunca hubiera imaginado que estas cosas sucedan en la realidad… igual que en las películas.”


2.

Guillermo apenas tardó 25 minutos en llegar al centro de la ciudad con su potente Audi. Cuando después de dar varias vueltas buscando aparcamiento se planteaba seriamente la posibilidad de estacionar su vehículo en el parking del hotel, de pronto, halló un espacio suficiente a menos de dos calles de su destino. Se sintió afortunado.

No era fácil aparcar un coche grande como el suyo en pleno centro, aún a pesar de aquellas horas de la noche. Cerró el auto, se puso su elegante abrigo y se dispuso a caminar los apenas 100 metros que le separaban del Hotel Royal.

Se sentía impaciente y al mismo tiempo nervioso; Pero no precisamente por su cita con Dana, ya que habían sido habituales durante los últimos 8 meses.
Lo que le ocurría en realidad es que no tenía muy claro cómo iba digerir Dana la gravedad de lo que tenía que contarle. Por otro lado, estaba tan seguro de ella como de él mismo y conociéndola adivinaba que primeramente se escandalizaría, pero tras unos minutos de meditación entendería que así era el único modo plausible de solventar aquel asunto.

Estaba convencido de que Nerea sospechaba algo de su infidelidad, ya que en varias ocasiones la había sorprendido husmeando en su ordenador, en su móvil, en su cartera o en los bolsillos de los trajes.
Aunque él, como hombre prudente que era, nunca había cometido un error o indiscreción que le delatara, se sentía bastante inquieto.

Si Nerea llegaba a descubrir que le era infiel automáticamente le demandaría el divorcio y eso le costaría su fortuna y el nivel de vida que ahora mismo se permitía. Además, sabía que desde una posición inferior a la que ahora ostentaba nunca podría complacer a una mujer tan especial como Dana.  Sus requerimientos económicos, los regalos, el apartamento que le mantenía y todos aquellos hoteles lujosos donde solían citarse desaparecerían como el humo de un cigarrillo en un bar de póker.

No. La opción del divorcio no era factible y por eso había tomado aquella determinación tan drástica y radical, que en el fondo le asustaba considerablemente.
Por otra parte, el pensamiento de compartir el resto de su vida – y de su fortuna innegablemente – con Dana le complacía con desmesura. Recordó, mientras caminaba, la primera vez que la vio en aquella fiesta en el hotel de Mónaco y como se quedó hipnotizado de sus ojos gatunos. Su rostro, sus curvas, su porte y apariencia hacían que desde el interior una voz le gritara estrepitosamente que ese era precisamente el tipo de mujer que le correspondía por derecho.

Y aunque Nerea era una mujer hermosa – y rica por demás – nunca adquiriría la clase de Dana, ni en mil años que estudiara a propósito para eso. Por no mencionar los celos desmesurados que le demostraba asiduamente y que él no soportaba. Pensó que quizás si no hubiera mostrado ese comportamiento tan celosamente exagerado las cosas podrían haber sido de otro modo y él no se hubiera sentido casi obligado a serle infiel, por despecho y por hastío.
Pero inmediatamente se percató que aquello era tan solo una excusa, porque del modo que fuera, en cuanto hubiera conocido a Dana se habría enamorado perdidamente de ella, como así había ocurrido.

Interrumpió su pensamiento por un momento al escuchar unos pasos a la carrera que provenían por su espalda y enseguida vio a un individuo pertrechado con una chaqueta marrón y una capucha de sudadera que, a unos pocos metros, se le acercaba rápidamente por en medio de la acera.
No le gustó su aspecto desaliñado pero se sintió aliviado porque en ese instante llegaba al portal de entrada del lujoso hotel.

Justo cuando posaba su mano en la barandilla de la amplia puerta de cristal sintió un potente golpe en la cabeza que le dejó aturdido por algunos segundos y cuando giró la cabeza, vio al corredor como se alejaba cruzando la calle, zambulléndose peligrosamente entre el tráfico y desapareciendo de su vista velozmente.
Se frotó con la mano donde pensaba que había recibido el golpe de aquel tipo, sin dilucidar muy bien sus intenciones, y se sorprendió de que no le doliera en absoluto. Quizás no había sido tan fuerte como le pareció en principio. En todo caso, se encontraba perfectamente y supuso que aquel tipejo se había tropezado con él sin apercibirse, ya que ni siquiera se detuvo un momento a disculparse.

Lo importante es que se encontraba a escasos metros de su amada y ahora debía pensar bien en como plantearle la cuestión que tanto le alteraba. En el fondo, albergaba cierto temor a que Dana rechazara su propuesta y sobre todo ahora, que ya estaba todo en marcha y era prácticamente inevitable.

Subió las escaleras del hall dirigiéndose hacia la cafetería donde había quedado con la preciosa mujer y sentía las piernas como en una nube. Le pareció muy curiosa esa sensación y distraídamente, casi sin darse cuenta de cómo había llegado, ya estaba justo enfrente de Dana que, sentada elegantemente en un taburete de piel y de espaldas a él, se apoyaba en la barra sosteniendo con delicadeza un Martini.

Por un momento se sintió indispuesto, como mareado, y supuso que los nervios lo estaban traicionando. Tenía que hablar con ella inmediatamente y resolver sus dudas con prontitud.

- Hola Dana  -dijo ensayando una sonrisa – Estas preciosa incluso de espaldas.

- Hola Guillermo – dijo ella mirándole – Gracias, ya me sentía muy sola. Te echaba de menos y ya me estaba aburriendo. He tenido que espantar algunos moscones. Si hubieras tardado más, me habría marchado con el primer pretendiente guapo que me lo hubiese propuesto.

- Jaja, no lo creo. No es tu estilo.

-Pues claro que no tonto – dijo entornando sus ojos felinos-…mi estilo eres tú.

Guillermo sintió un regustillo en la boca del estómago. Se sentía feliz y orgulloso de ser capaz de acaparar a una mujer como aquella.



3.
Guillermo sonrió por un instante, pero enseguida se puso serio. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle.

- Mira amor, tengo que comentarte algo importante; Espero que seas razonable y lo entiendas…

-¿Se ha enterado Nerea de lo nuestro? – preguntó asustada.

- No…no…tranquila, eso no ha pasado, pero tiene que ver con ella.

- Bueno, pues cuéntame…-y sorbió pausadamente un traguito de su bebida.

- Veras amor… – comenzó dubitativo Guillermo – No sé si he hecho una tontería, aunque te digo que igual ya no tiene remedio.

- Ok. Te escucho, pero dame un cigarrillo.

Guillermo sacó uno de su cajetilla y encendiéndolo se lo pasó.

- Cariño, - continuó - … sabes que hace unos días me marche a Colombia por trabajo. Allí, después de las reuniones, en un bar conocí a unos tipejos realmente de mala catadura. No me preguntes ni cómo ni por qué, pero poco a poco la conversación y las copas nos llevaron a hablar de ciertos temas en los que esas gentes son especialistas. Sicarios los llaman allí. El caso es que se me ocurrió proponerles un asunto que al realizarlo solucionaría todos nuestros problemas y podríamos comenzar una nueva vida, los dos juntos.
Uno de ellos, un tal Mikel, se mostró francamente interesado y predispuesto, de modo que quedamos en concretar un plan para solucionar el tema de Nerea…

Dana miraba a Guillermo sin inmutarse, cosa que le sorprendió extraordinariamente. Realmente él no esperaba una reacción tan fría de aquella mujer tan temperamental y menos tratándose de un asunto tan delicado. De nuevo se sintió un poco mareado y de repente, el humo del cigarrillo parecía envolverlo todo, como si hubiera cobrado vida propia.

- Y bueno…-dijo Guillermo perplejo - … ¿No me preguntas nada? ¿No quieres saber que hablamos Mikel y yo?...

Dana seguía mirando fijamente a Guillermo, pero esta vez en su mirada no había brillo. Parecía enturbiada por el humo extraordinariamente denso de aquel maldito cigarrillo.
Dana dio una lenta y larga calada y expeliendo el humo, pausadamente dijo:

- “¿Y quién es Nerea?...”

¡Guillermo se quedó atónito, sin saber que decir! 

Pero su sorpresa apenas duró unos instantes, para dar paso a otra mayor:
De pronto Guillermo observó como Dana parecía estar hecha entera de ese humo denso; Su pelo, sus manos, sus ojos y boca… ¡Todo su cuerpo no era más que humo que se desvanecía etéreamente delante de sus propios ojos hasta desaparecer por completo!
De pronto él también se sentía ligero como el humo que la había absorbido a ella, pero en vez de desaparecer se sintió transportado, como flotando, en dirección a la calle. A la puerta de aquel hotel.

Y espantado, se vio a sí mismo en el suelo, desangrándose por una tremenda herida en la cabeza, notando claramente como la vida se le escapaba por segundos.
Entonces comprendió que nunca llegó a entrar al hotel, que nunca habló con Dana, que todo había sido una alucinación de moribundo ocasionada por el tiro que aquel tipo desalmado de chaqueta marrón le había descerrajado en la nuca, frente a la puerta del hotel.

Con el último atisbo de vida, en el último segundo, alzó los ojos y vio a Dana, rodeada entre una multitud de personas tras la cristalera de la puerta del hotel. Tenía las manos en el rostro y lloraba.

Él la miró por última vez mientras toda su vida pasó por delante de sus ojos, como en una película rápida, reviviendo cada uno de los instantes que vivió con ella. Recordó cuando se conocieron, cuando hablaron por primera vez, cuando hicieron el amor en aquel hotel de Mónaco. Todo transcurría una y otra vez en su mente – en lo que quedaba de ella – hasta que sencillamente, con una última sonrisa todo se le quedó a oscuras.

Guillermo nunca llegó a oír el testimonio que hicieron a la policía unos chavales que habían sido testigos de lo sucedido en la calle:

“El hombre de la chaqueta marrón saco una pistola y le disparó por detrás a la cabeza de ese señor y luego corrió hacia  allí, saltando y esquivando coches, agente, como en las películas…”


4.

Nerea ya se había servido 5 vodkas y estaba un poco borracha. Lo bastante como para acumular el valor necesario para enfrentarse cara a cara con el asesino de su marido y darle en mano la mitad restante de lo que pactaron por su muerte.

50.000 euros fue lo acordado. Sólo le restaba darle los últimos 25.000, que mantenía a buen recaudo en una caja fuerte del chalet y su vida daría un giro de 180 grados.

No dejaba de pensar en cómo lo habría ejecutado Oscar, si sufrió, si había sido consciente de que lo estaban matando…si se acordó de ella en su último minuto de vida.
Pero le bastaba pensar en su infidelidad para que aquellos remordimientos desaparecieran instantáneamente. Su sed de venganza, sus celos, eran mil veces más poderosos que el amor que hubiera podido sentir por aquel hombre en ningún momento de toda su relación.

¡Se sentía tan mancillada, tan humillada!

Sin duda, Guillermo merecía aquella muerte al igual que ella merecía una vida mejor, con un hombre mejor y, por supuesto, un amor mejor.

Llamaron a la puerta y Nerea se levantó del sofá en un brinco.

Estaba aterrorizada y, curiosamente, también excitada. La perspectiva de una nueva vida ante sus ojos le parecía un acto maravilloso de justicia divina.
Se acercó apresuradamente a la puerta, la abrió y se dirigió rápidamente y sin mirar atrás hacia la caja fuerte camuflada tras el bonito cuadro decorativo de la pared del salón.
Quería darle el dinero a aquel hombre y que desapareciera lo antes posible de su vida.

- ¡Pasa y cierra la puerta Oscar! Voy a darte inmediatamente lo prometido... Espero que todo haya salido como planeamos…

Pero el hombre no traspasó el umbral.

- ¿Eres Nerea? – dijo una voz desconocida desde la entrada.

Nerea se quedó petrificada.
Se giró muy despacio y miró a aquel hombre extraño, plantado como una estatua en la puerta y con un arma en la mano.

- Sí, soy Nerea…-dijo con apenas un hilo de voz.

- Estupendo. Yo me llamo Mikel. Ya están hechas las presentaciones. Vengo a cumplir con mi contrato.

Y le disparó dos certeros tiros a la cabeza.



- Fin -